El coronel Carlos Alberto Tepedino terminó de leer el documento y lo firmó. Tomó una carpeta de arriba de su escritorio y sobre el lomo escribió: “Urgente”. Colocó el parte de información 40/76 dentro y pidió enviarlo cuanto antes al director de Inteligencia de la Policía de la provincia de Buenos Aires, Osvaldo De Baldrich. El hecho que requería tanta atención era algo que desde hacía tiempo desvelaba a los militares: la organización de un posible plan de sabotaje contra el Mundial 78.
Corrían los últimos días de diciembre de 1976 y los servicios de inteligencia de la dictadura ya vigilaban todo lo que tuviera que ver con el campeonato de fútbol. El espionaje se focalizaba en los movimientos de las organizaciones armadas dentro del país y en los pasos de los exiliados en Europa y América latina. La Junta Militar no quería que nada empañara el torneo con el que pretendía dar una imagen de “paz” y “tranquilidad”, mientras detrás de los goles se escondían las huellas del horror.
El antecedente de los Juegos Olímpicos de Munich de 1972 obsesionaba a Jorge Rafael Videla. El dictador no quería que se produjera un hecho similar. El asesinato de los once atletas israelíes en manos del grupo extremista palestino Septiembre Negro aún estaba fresco en la memoria y nadie en el Gobierno de facto quería siquiera pensar en la posibilidad de que ocurriera un hecho semejante. Por eso, los agentes del Batallón 601, el Grupo de Tareas 3.3.2, la Secretaría de Inteligencia del Estado y la Dirección de Inteligencia de la Policía Bonaerense estuvieron atentos a todo.
Las averiguaciones se iniciaron con fuerza a principios de 1977. En marzo, el Ente Autárquico Mundial elevó requerimientos formales para saber si se iban a producir acciones o atentados contra los organizadores, los estadios en construcción, las sedes, las delegaciones extranjeras o la Selección de César Luis Menotti. Las investigaciones por esos días arrojaron “resultados negativos”, pero tiempo después, en octubre, aparecieron los primeros memos de la SIDE con información clave.
El parte 20/77, de carácter “estrictamente secreto y confidencial”, revela que “importantes miembros de Montoneros mantuvieron entrevistas en Suecia con dirigentes de organismos internacionales afectados a la defensa de los derechos humanos con la finalidad de instrumentar una campaña de acción psicológica en tal sentido a motorizarse durante el Campeonato Mundial de Fútbol de 1978”.
El memo describe los supuestos objetivos de Montoneros a partir de esos encuentros:
- “Incidir e influenciar a representantes de gobiernos extranjeros un tanto afines a la ideología que profesan” para “disponer la no participación en el torneo”.
- Generar “durante los meses previos al Mundial acciones que alteren el orden público”.
- “Ejercitar algún secuestro y/o atentado físico contra algún miembro diplomático extranjero acreditado en el país”.
- “Difundir en distintos estadios de fútbol del exterior libelos incitando a los espectadores a no viajar a la Argentina, esgrimiendo una falsa imagen de la situación política-social-económica y la falta de garantías individuales”.
La obsesión de los militares era saber qué iba a hacer la organización más grande del país. La conducción de Montoneros ya había anunciado, a través de comunicados, conferencias de prensa y contactos con distintos medios de comunicación, que no sólo no se oponía al Mundial, sino que estaba interesada en que se realice. Los dirigentes remarcaban, en cada una de sus apariciones públicas, que el certamen les permitiría “mostrar la verdadera Argentina” en la que había “decenas de miles de desaparecidos”, “fusilamientos en masa”, “secuestros”, “torturas” y “persecuciones”.
Un extenso informe de inteligencia titulado “accionar de Montoneros durante el Mundial” confirma esto. El parte asegura, a partir de la “captura” y “el interrogatorio” de tres personas en Uruguay, que Montoneros “no tiene previsto boicotear la realización del Mundial, pero tampoco desea que el Gobierno mejore su imagen”. Por decisión del Consejo Militar, se había definido que “la única actividad a efectuar durante el desarrollo del torneo sería la de efectuar propaganda”. Si excepcionalmente se hacían operaciones armadas debían realizarse a más de 600 metros de los estadios.
El texto, firmado por el oficial inspector Ricardo Antonio Clérici, de la delegación San Martín de la Secretaría de Inteligencia de la Policía Bonaerense, expone la posibilidad de que se llevaran a cabo “manifestaciones de tipo populares en repudio al Gobierno”, el reparto de “boletines y folletos” a “periodistas y a las delegaciones deportivas” para “incidir” en el concepto que tienen del país y la concreción de “emisiones de la llamada Radio Liberación” a partir de “interrupciones sonoras de la televisión”.
En los meses previos al Mundial 78, los agentes de inteligencia seguían de cerca la pista de que se podían llegar a producir interferencias en las señales de radio y televisión. Los informes de la Dirección de Inteligencia de la Policía aseguraban que las organizaciones contaban con “un equipo de técnicos nacionales” y “medios traídos desde el exterior” para “interceptar las ondas transmisoras” de los sistemas instalados en la estaciones de “Balcarce (como centro vital de la vía satélite), Pachecho (como nudo de radiocomunicaciones) y Don Bosco (como central retransmisora)”.
Los archivos reflejan un gran despliegue: hablan de la existencia de supuesto “personal especializado adicto perteneciente a (las empresas) Entel, Encotel y la Subsecretaría de Comunicaciones”; de “elementos infiltrados” que trataban de obtener información de “las redes técnicas de las subsedes de Mar del Plata, Rosario, Córdoba y Mendoza”; y hasta llegan a decir que el plan contemplaba “la posibilidad de interceptar las ondas transmisoras desde una estación montada en un buque situado a conveniente distancia de la costa argentina o en una unidad móvil terrestre".
Las operaciones de Montoneros fueron mucho más precarias y artesanales. Mario Firmenich había grabado una cinta de unos diez minutos, que comenzaba con un fragmento de la marcha peronista y luego contenía un extenso discurso. El audio se escuchó por primera vez en la zona céntrica de La Plata, por la señal de Canal 13, al inicio de la transmisión del partido de Argentina y Francia, y ocho días más tarde en Canal 10 de Mar del Plata, al término del primer tiempo de Argentina-Polonia.
Según se supo después, la primera interferencia se realizó desde una habitación del quinto piso del Hotel “La Plata”, con una antena construida con varas de aluminio y un transmisor alimentado por una batería de un Ford Falcon. La segunda, con un sistema similar desde un departamento del sexto piso de la calle Simón Bolivar 3259, apenas a ocho cuadras de los estudios del Canal 10 de Mar del Plata.
Los recursos desplegados por los servicios no sirvieron para anticipar este tipo de acciones y, por el contrario, se focalizaron en cuestiones insólitas e irreales... como el posible ingreso al país de “delincuentes subversivos cubanos, japoneses y árabes” que vendrían desde Chile con pasaportes falsos a sabotear el Mundial; o la llegada de “traficantes internacionales” que traerían droga para “deteriorar la imagen” de la Argentina; o los “3000 ó 5000 dólares” que supuestamente cobraba cada periodista extranjero “por cada nota, por insignificante que sea, en la que se hagan referencias a abusos de autoridad” o donde se constataran violaciones a los derechos humanos.
El trabajo de los espías tampoco sirvió para adelantarse a algunas situaciones que podrían haber causado un impacto mucho mayor en la gente. Las comunicaciones internas de la Bonaerense demuestran la reacción tardía de los agentes que no llegaron a evitar el impacto de un cohete RPG7 sobre una de las paredes de la Casa de Gobierno ni de otros 17 sobre los edificios del Batallón 601, la Escuela Superior de Mecánica de la Armada, la Escuela Superior de Guerra, la Escuela de Policía y la Comisaría 43, entre otras sedes que fueron atacadas sorpresivamente.
Los operativos fueron considerados “exitosos” por los jefes de Montoneros, aunque la repercusión que lograron fue prácticamente nula a diferencia de lo que creían. Ni una línea salió en los medios nacionales a raíz del cerco informativo que mantenían los militares. Tal es así que nadie se enteró que la bandera argentina que se colgó durante varias horas en uno de los sectores de la Casa Rosada nada tenía que ver con los festejos, sino que se trataba de una pantalla para ocultar los daños que el cohete RPG7 había dejado en la pared mientras los obreros reponían el cemento.