“Seguridad”, “normalidad” y “tranquilidad” eran los adjetivos con los que la última dictadura cívico-militar, a través de sus discursos y sus respuestas a la prensa internacional que llegaba para cubrir el Mundial 78, intentaba construir la imagen de otra Argentina: una que ocultaba las violaciones a los derechos humanos y la falta de libertades. También los diarios y revistas locales buscaban detectar esas palabras, esas crónicas de “país normal”, y construir el maquillaje del plan criminal y económico para responder a la campañas de contrainformación sostenidas desde el exilio por perseguidos políticos, familiares de detenidos-desaparecidos, artistas e intelectuales argentinos y extranjeros. Esa Argentina era la que realizaba el “boicot” al campeonato de fútbol, mientras la dictadura y los cómplices civiles lo calificaban como “campaña antiargentina”, preocupados por cómo resonaba desde Francia, Alemania Federal, Holanda y México.

El 16 de mayo, a quince días del inicio de la Copa del Mundo, los diarios alemanes y franceses adelantaron que las selecciones de sus países podrían llegar a la Argentina con personal de custodia. La Junta Militar reaccionó rápidamente y con irritación por el daño que significaba para su plan comunicacional. La dictadura convocó a los embajadores de ambos países en la Argentina y envió una nota formal a través de los embajadores argentinos en Bonn, capital de la Alemania Federal, y París.

La carta dirigida a las cancillerías fue publicada por los diarios nacionales. Advertía que no se iba a permitir el ingreso de personal armado extranjero, exigía “disipar las intensas campañas de desprestigio contra la Argentina, que últimamente se desarrollan en sus países” y acusaba: “No condicen con la probada disposición del gobierno argentino”.

Veinte días antes, el embajador argentino en Francia, Tomás de Anchorena, había llegado a París con la orden militar de “lograr que la imagen de la Argentina se atenga a la realidad”. La misma tarea había sido ordenada al embajador en Bonn. La oferta de la Junta Militar era la de declarar “huéspedes oficiales al jefe del Estado y a los ministros que tuviesen el propósito de asistir al Campeonato Mundial” y recibirlos con “disponibilidad de medios oficiales”.

Pero la relación con París era tensa por más “disposición” que pusieran los dictadores. Desde diciembre de 1977, Francia reclamaba a la Argentina explicaciones por las monjas francesas Alice Domon y Leonié Duquet, y desde fines de marzo de 1978, redoblaba el reclamo por la aparición de cuerpos en la costa atlántica argentina. En París ya se había conformado una asociación de familiares de franceses desaparecidos en la Argentina y se sucedían protestas y acciones contra el Mundial. Una de ellas sería el frustrado intento de secuestro del director técnico francés Michel Hidalgo.

En mayo, la embajada francesa volvería a presentar una protesta formal contra la Junta Militar. Esta vez por la detención del enviado del diario Le Monde Jean-Pierre Clerc, quien fue demorado arbitrariamente durante 5 horas en el aeropuerto de Ezeiza, su equipaje revisado y sus documentos fotocopiados.  Así, el rechazo a la invitación como “huéspedes oficiales” quedó evidenciado en la declinación del ministro de Deporte francés, Jean Pierre Soisson, de asistir al Mundial.

Para entonces, el cuestionamiento a la seguridad que tendrían las selecciones europeas y la situación del país era latente. El repudio a la represión en la Argentina había llegado al Parlamento Europeo y el presidente de la federación francesa, Fernand Sastre, quien sí venía a la cita mundial hablaba de los “desaparecidos franceses” en la tapa del Buenos Aires Herald.

Sin embargo, el director de Seguridad del Ente Autárquico Mundial (EAM) 78, el comandante Ángel Barbieri, confirmaba la posición de la Junta Militar de prohibir el ingreso de seguridad extranjera y defendía el plan sistemático de detenciones y desapariciones: “Nuestro país integra la nómina de los agredidos por el terrorismo subversivo, pero que la sana reacción de la población y el adecuado accionar de sus Fuerzas Armadas y de Seguridad permitió erradicar ese cáncer”. Y continuaba con el mensaje de bienvenida: “Los elementos más peligrosos y conspicuos de tales bandas están ahora, como ‘refugiados políticos’ en países cuyas representaciones deportivas consideran que deben venir aquí con especial protección propia”.

A pesar de las denuncias, la dictadura recibiría el respaldo del presidente de la FIFA, Joao Havelange: “El Gobierno de Argentina ya ofreció todas las garantías y no hay nada que temer. Atentados ocurren en cualquier país del mundo (...). Quien no quiera ir que no vaya”, desafió a días de arribar a la Argentina, de donde se iría reelecto como presidente de la FIFA y con una ganancia de diez millones de dólares más que el Mundial 1974.

Finalmente, ninguna selección faltó a la cita Mundial, pero el miedo estuvo presente. “Un par nos cagamos en las patas”, confesó un jugador de la selección de Perú en el libro Fuimos campeones, de Ricardo Gotta, sobre el día en que el dictador Rafael Videla ingresó al vestuario visitante en la previa de la victoria Argentina por 6 a 0.  

A pesar de los esfuerzos del gobierno de facto, la desconfianza por la situación represiva y la violación de derechos que se vivía era una constante entre los periodistas internacionales. Los acreditados de prensa que llegaron a cubrir el Mundial fueron un tercio menos de los 3624 anunciados oficialmente. En la previa, el Sindicato de Periodistas de la Confederación General de Trabajadores francesa había exigido que el hotel Bauen, donde se alojaban los periodistas franceses gozara de estatuto de extraterritorialidad para mayor protección.  

“Nadie será censurado siempre que sea objetivo y no vulnere ninguna ley”, le había advertido el vicepresidente del EAM 78, Carlos Lacoste, a un periodista durante una gira por España a dos meses del inicio del Mundial. A pesar de la simulación de normalidad, noticias como la expulsión de otro escritor francés Bernard-Henri Lévy, eran publicadas en España por el diario El País.

La versión militar de la expulsión del enviado especial para la revista gala Le Nouvel Observateur fue que un turista chileno lo denunció al verlo con "documentos subervivos", en referencia a informes de Amnesty Internacional y publicaciones del periódico de la La Liga por los Derechos del Hombre. Lévy fue interrogado por cuatro horas y permaneció con custodia policial en un hotel hasta que un vuelo lo llevó de nuevo a Francia un día antes del inicio Mundial.

Justamente, la dictadura había prohibido ese mes la circulación y venta del periódico de La Liga por la supuesta “difusión sistemática de inexactitudes y afirmaciones falsas que al mismo tiempo, pretenden desprestigiar a las Fuerzas Armadas y de Seguridad, acusándolas en forma indirecta de actitudes violatorias a los derechos humanos".

En la Argentina, por esos días, era regla la censura de contenidos, la suspensión de medios de prensa, la detención y desaparición de periodistas, pero la Junta Militar continuaba con su libreto de mentiras. “No hay ningún problema de seguridad. Usted puede caminar tranquilamente por la calle y ojalá nos encontremos en algún partido de fútbol”, le apuntó el represor integrante de la Junta Militar Emilio Massera a un periodista brasileño a días del inicio del Mundial en un cruce con periodistas internacionales.   

Los ejecutivos de la discográfica Warner no compartirían la sensación de seguridad descrita por el represor. La máxima celebridad internacional que llegó para el Mundial, el músico escocés Rod Stewart, declarado fanático de su seleccionado, con los que había editado un single exclusivo para la Copa del Mundo, estuvo poco más de 24 horas en el país. Luego de sufrir un violento asalto en un bar céntrico, la discográfica lo envió de vuelta a Europa.

El clima de tensión por la cobertura y las advertencias militares se maquillaba con las crónicas replicadas por diarios y revistas argentinos. “No pueden ser todos policías disfrazados, los taxistas que comprenden que eres extranjero venido para el campeonato del mundo y rechazan el pago del viaje diciendo: ‘Es una atención’. No pueden ser todos policías disfrazados los que en el restaurante, advirtiendo que eres italiano, van a buscar un pianista para que toque ‘O sole mío’”, pintaba la Buenos Aires dictatorial el periodista Paolo Bugalli y su crónica era destacada por los medios argentinos.

“Ciertamente, las cárceles están llenas de presos políticos, pero dentro dos años se realizarán las olimpiadas de Moscú, habrá que ver quién les organiza un boicot”, provocaba obviando las denuncias por desaparición de personas. El día en que los medios reprodujeron aquella crónica del Corriere Della Sera —diario controlado por la logia italiana P-2, a la que pertenecía Massera, como señala el libro Cuentas pendientes, de Horacio Verbitsky y Pablo Bohoslavsky—, el titular del comando de la subzona Capital Federal, Andrés Aníbal Ferrero, presentaba el operativo de seguridad para los estadios e insistía: “Del mayor o menor éxito de este campeonato mundial, esta dependiendo la mejor o peor imagen del país que podemos brindar al exterior”.

En 2012, un año antes de su muerte,  preso en la cárcel de Marcos Paz donde cumplía condena por lo delitos de lesa humanidad que cometió, el genocida Rafael Videla dijo, en su última entrevista, a la revista española Cambio 16, que, en 1978, la dictadura “había cumplido con sus objetivos” e insistía en que la prensa internacional había hecho una “asociación errónea de los hechos”.

Le Monde llegó a reproducir un reportaje de un periodista que se imaginaba que unos disparos que sonaban en los alrededores del estadio, procedentes del Tiro Federal Argentino cercano, eran las balas dirigidas a un pelotón de personas fusiladas. El estadio estaba a dos cuadras del polígono de tiro y el periodista, obviamente, quería denigrarnos al precio que fuera”, ejemplificó el dictador sin mencionar que a algunas cuadras, en línea recta, se encontraba la Esma, el centro clandestino más grande de la dictadura cívico-militar, por donde pasaron 5.000 detenidos-desaparecidos.