El Peugeot 504 frenó de golpe y uno de sus ocupantes abrió de un tirón el techo corredizo. “Alberto” sacó la mitad del cuerpo hacia afuera y acomodó el lanzacohetes RPG-7 sobre su hombro. No tenía tiempo que perder, la operación debía hacerse rápido. Apuntó hacia la Casa Rosada y no lo dudó, apretó el gatillo. Un reflujo de gases salió despedido hacia atrás. El misil tomó velocidad y, luego de recorrer unos cuantos metros, pegó de lleno contra el edificio. El sonido de la explosión sobresaltó a los militares. Hasta esa madrugada, suponían que tenían todo controlado durante el Mundial.

El ataque de Montoneros a la Casa de Gobierno el 10 de junio de 1978 fue uno de los 25 que se produjeron ese mes contra distintos objetivos y edificios militares. La ofensiva táctica lanzada por los jefes de la organización implicaba la realización de acciones armadas y de propaganda de tal trascendencia que la Junta Militar no las pudiera ocultar. Sólo estaba prohibido ejecutar operaciones a menos de 600 metros de los estadios y no podía ponerse en riesgo la vida de periodistas, turistas, delegaciones extranjeras, las selecciones de fútbol y los espectadores.

La orden de la conducción era clara. “Cualquier acción que logre romper el cerco del silencio será una victoria de la resistencia popular. Lo principal es que sean operaciones imposibles de ocultar. La idea es poco esfuerzo y mucho ruido”, decía Horacio Mendizábal, jefe de la estructura militar de Montoneros por aquellos días.

El plan de la organización, a pesar de su nivel de preparación, iría mostrando puntos débiles. El golpe a la Casa Rosada tuvo escasa repercusión en los medios nacionales. Apenas algunos enviados extranjeros publicaron el hecho en sus respectivos países.

El cerco informativo que había levantado la dictadura funcionaba de tal manera que nadie se enteró de que un grupo de obreros trabajó a contrarreloj las primeras horas de la mañana para tapar el hueco que había quedado en la pared. Para esconder los daños, los militares colgaron una bandera argentina sobre el agujero.

Los misiles soviéticos RPG-7, si bien tenían la capacidad de derribar un helicóptero o de atravesar un tanque de guerra, no producían una gran explosión al instante. El cohete liberaba la energía una vez que la pared era perforada. La conmoción por el ataque era interna, y el orificio que quedaba tras el impacto era de proporciones menores.

Los lanzacohetes fueron ingresados al país de manera clandestina. Llegaron embutidos en un auto que fue enviado por barco desde Europa hasta el puerto de Buenos Aires. El dueño del vehículo, un ciudadano francés, viajó a la Argentina en avión para asegurarse que la carga llegara en condiciones. La misma travesía realizó un inglés que envió un stock de misiles por mar. Para no levantar sospechas, ambos tenían reservas hechas en el país. Eran turistas, venían a ver el Mundial.

Los pelotones recibieron instrucción sobre los RPG-7 en el exterior. Desde fines de 1977 a inicios de 1978 los combatientes fueron sacados por Brasil y luego trasladados a España. Allí se reunieron con los miembros del Estado Mayor del Ejército de Montoneros. Hicieron un curso de explosivos, pero el entrenamiento principal lo tuvieron en las afueras de París. En una residencia de campo, un miembro de seguridad de la conducción los capacitó en el manejo y uso de los lanzacohetes.

Una vez en la Argentina, los militantes debían seguir el plan al pie de la letra. No podían cometer ningún error.

Para ese entonces, los militares tenían desplegados enormes operativos de seguridad. Cualquier paso en falso podía significar una caída. Y eso era inadmisible.

En los últimos dos años, la organización había sufrido una gran cantidad de bajas (Mario Firmenich había reconocido al menos 3.000 entre 1976 y 1977 en una entrevista con Gabriel García Márquez). El régimen sistemático de secuestros, torturas y asesinatos golpeó en todas las estructuras de Montoneros. Algunos pelotones estaban diezmados. Sin viviendas, recursos, documentos y dinero, eran blancos fáciles para la dictadura.

En ese escenario, la ofensiva táctica durante la Copa del Mundo fue un intento por recuperar terreno perdido.

“¿Qué es lo que pretendemos? Obligar a la dictadura que cambie de estrategia, o sea, que abandone el intento de continuar con su ofensiva y que tenga que conceder una apertura política y sindical”, explicaba Firmenich en el N°4 de la Revista Estrella Federal, el órgano oficial del Ejército Montonero.

Cuando los combatientes regresaron al país, la ofensiva se puso en marcha. Los RPG-7 se distribuyeron entre los pelotones en Mar del Plata y cada uno ya sabía qué instrucciones seguir. Desde el 9 de junio de 1978 se ejecutó prácticamente una operación por día, a veces dos. Los misiles golpearon contra las paredes del Batallón 601 de Inteligencia del Ejército, la Escuela Superior de Guerra, la Escuela de Oficiales de la Policía, el Servicio de Informaciones del Ejército y el Edificio Libertador, entre otros.

Los cohetes sirvieron para enviar un mensaje a la Junta: Montoneros aún estaba vivo.

La madrugada del 15 de junio, el pelotón “Mártires de la Resistencia” de la sección de Tropas Especiales “Capitán Alberto Camps” lanzó un misil contra la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA). La operación contó con dos vehículos de apoyo. La explicación era simple, estaban atacando el corazón de una de las Fuerzas Armadas.

El misil pegó en la parte superior del edificio cuatro columnas.

La caravana de autos arrancó cerca de las 4 de la mañana. Tomó la Avenida Libertador, siempre sobre la mano derecha y sin llamar la atención. En el otro extremo, una posta debía asegurarse que el acceso a la General Paz estuviese “limpio” para la huida. No podían arriesgarse a que existiese una guardia externa en la zona.

“Chacho” disparó el cohete a la altura de la calle Ramallo. El RPG-7 pegó arriba de la puerta de ingreso del edificio central, al lado de las letras que identifican al predio. Dos cadetes que custodiaban el lugar, cuando vieron el fogonazo, se tiraron al suelo. Cuando se levantaron, los autos estaban lejos, doblando la curva para darse a la fuga. “Alejandra”, “El Flaco” y “Lucho”, mientras, vaciaban sus cargadores para que nadie los siguiera.

La operación fue un éxito y sin bajas, de todas maneras los medios siguieron sin darle lugar a los ataques de Montoneros.

Para la prensa argentina no pasó nada. Era increíble, habíamos hecho un quilombo madre y en los diarios no salía una sola línea —recuerda Roberto Perdía, exmiembro de la conducción de Montoneros—. Por lo tanto, el objetivo militar que era demostrarle al pueblo que se podía resistir no se había cumplido”.

Con la intención de ganar visibilidad, a los “bazokazos” de los RPG-7 se les sumó la colocación de explosivos en casas de brigadieres, generales, coroneles, bancos y sucursales de empresas multinacionales. A las bombas contra la sede del Banco Nacional de Desarrollo, la concesionaria de autos Ika-Renault de Palermo o la casa del presidente de la Petroquímica Pasa SA, les siguieron ataques de mayor calibre.

En la localidad de Castelar, una madrugada, cerca de las 5.30 de la mañana, un artefacto explosivo destrozó el garage de la vivienda del general Reynaldo Bignone, ubicada en la calle Almafuerte y Dardo Rocha. El militar y su familia salieron ilesos. La bomba causó daños en el frente y en el Ford Falcon que se encontraba en su interior.

En cuestión de minutos el barrio se transformó en un hormiguero. Vecinos, curiosos y algunos periodistas extranjeros se acercaron a ver qué había sucedido. Nadie tenía la respuesta, solo hipótesis. Al día siguiente los diarios informaron poco y nada.

Pese a que el plan no salió de acuerdo a lo esperado, cuando terminó el Mundial Firmenich condecoró a Mendizábal con la “Orden del Comandante Carlos Olmedo” por el rol cumplido contra las fuerzas militares.

En París, fumando cigarrillos Gitanes, Mendizábal detalló públicamente los “éxitos”. De todas las acciones realizadas por Montoneros durante ese mes, la que consideró “más espectacular” fue la interferencia a la transmisión de Canal 13 durante el partido entre Argentina y Francia. En el centro de La Plata, por primera vez desde que la organización había pasado a la clandestinidad, se escuchó un mensaje de Firmenich.

“Lo que hicimos durante el Mundial no fue una simple campaña operativa más. Ahí, nosotros ensayamos nuevas tácticas operativas y formas organizativas que iban a servir para la ‘Contraofensiva’. E introdujimos y usamos un nuevo armamento que aumentaba enormemente nuestra potencia de fuego”, aseguró en diálogo con la Revista Proceso.

Lo cierto es que más allá de la épica, el discurso de hazaña y las condecoraciones a puertas cerradas, la ofensiva táctica montonera quedó en el olvido. La dictadura estaba tan blindada por el clima mundialista que cada una de las operaciones que se realizaron transcurrió como si nada por esos días. Los ataques no tuvieron la propaganda que lograron los militares con su discurso de "paz" y "tranquilidad". Por el contrario, casi no se dieron a conocer y quedaron en el ostracismo.