“De acuerdo a los abonos vendidos, llegarán al país 20 mil personas.” A mediados de abril de 1978, a menos de dos meses del inicio de la Copa del Mundo, las palabras del vicepresidente del Ente Autárquico Mundial 78 (EAM 78), el contraalmirante Carlos Lacoste, ponían de manifiesto la confianza de la dictadura cívico-militar en el éxito que tendría la organización del torneo de la FIFA como carta de propaganda para validar el golpe en el exterior, y el turismo extranjero era la carta que los genocidas pretendían mostrar como parte de la “normalidad” en la que funcionaba la Argentina, mientras crecían las denuncias por la política de terror y desaparición de personas.
Para preparar esa maqueta de país “pujante”, el EAM 78 otorgó jugosos créditos a empresarios hoteleros para que construyeran edificios de cuatro y cinco estrellas. El montaje caería frente a la exigua concurrencia de turistas, pero una familia surgiría como síntesis de aquellos gastos excesivos y crearía una red de negocios a partir de un edificio levantado en el centro de la Ciudad de Buenos Aires: el hotel Bauen.
Un Mundial sin turistas
El supuesto entusiasmo de los turistas extranjeros por venir a un país gobernado por el régimen militar se desmoronaría rápidamente. Los 20 mil esperados por Lacoste ya significaban un recorte de los 50 mil que algunos medios nacionales, montados en la propaganda dictatorial, habían anunciando, y una marcha atrás del propio vicepresidente del EAM 78, que pocos días antes había puesto un arbitrario límite a las visitas: “La capacidad del estadio de River Plate era el factor limitante del turismo y por eso en el exterior se pondrían en venta solamente 30 mil plazas”, precisaba una crónica de La Nación el 11 de abril.
Esa misma crónica firmada desde Madrid, España, ya era lapidaria respecto de la intención de visitar el país de la dictadura: “Después de pasar por París y realizar allí, al igual que en esta ciudad, una recorrida por las agencias turísticas, nos vemos obligados a hacernos una nueva reflexión: ¿de Europa irá alguien?”. La crónica hacía hincapié en los altos precios de los paquetes turísticos, entradas incluídas, y señalaba que alguien que quisiera presenciar las dos fases del Mundial debería pagar 4000 dólares para una estadía en un hotel de tercer categoría.
Los precios también estaban bajo el control del EAM 78, que había creado una agencia de viajes y turismo denominadas “Unión 78”, que imponía tarifas e indicaba en qué hoteles alojar a las visitas.
A 15 días del inicio del Mundial 78, el enviado del diario español El País Julián García Candau sentenciaba el éxito de la dictadura para convocar a los visitantes mundiales: “El Mundial argentino, desde un punto de vista turístico, ha sido un fracaso”. En la misma nota citaba las cifras oficiales de Unión 78, registradas en el inicio del certamen: 6.985 turistas extranjeros. De ellos, 2000 provenían de la vecina dictadura brasileña, mientras que 750 españoles fueron la mayor afluencia desde Europa. Los holandeses, que llegarían a la final con la Argentina, sumaban 80 turistas a la cuenta. Al final del torneo, el presidente de la Federación Argentina de Hoteles, Antonio Gómez, arrojó un número de 15 mil visitas, más optimista que el oficial, pero reconoció que “no se cumplieron las expectativas y sobró lugar”, por lo que culpó a “la campaña de distorsión extranjera” ya que “en pocas ciudades del mundo se puede salir con tanta libertad a cualquier hora”.
¿Hoteles para quiénes?
Las exageradas expectativas dictatoriales quedaban expuestas también en los hoteles vacíos. Las cifras del ente Unión 78 indicaban que en Buenos Aires había 14.805 plazas, pero solo 1797 estaban ocupadas. En Mendoza, de 4.738 se habían ocupado 1406, y en Rosario 766 de 3055. Sin embargo, para entonces, el EAM 78 ya había otorgado a través del Banco Nacional de Desarrollo (Banade) 2 mil millones de pesos ley (moneda vigente en aquellos años) del Tesoro Nacional, en créditos a una tasa de devolución muy baja, para que se construyeran 800 nuevas habitaciones en Buenos Aires, 100 en Mendoza y 100 en Rosario. El plan fue presentado en agosto de 1976, un día antes del asesinato de Oscar Actis, el primer presidente del EAM 78, partidario de una organización austera.
En 1976, Marcelo Iurcovich fundó Bauen SA, y sus “contactos con el contralmiraante Carlos Alberto Lacoste, presidente del EAM 78, y el brigadier Osvaldo Cacciatore, interventor de la Ciudad de Buenos Aires, le permitieron acceder al crédito del banco Banade”, sostiene el periodista Santiago O’Donnell en una investigación publicada por Página/12. En julio, la Junta Militar declaró de “interés nacional” el Mundial 78 y amparó los gastos del EAM 78 bajo ese régimen. El 30 de septiembre del mismo año el proyecto presentado por Iurcovich fue aprobado y el 18 de noviembre se firmó el préstamo para la construcción y equipamiento del hotel, que debía ser entregado el 30 de abril de 1978.
Según O’Donell, Iurcovich se ufanaba en privado de haber construído un hotel de 20 pisos, 200 habitaciones, 7 salones, piscina, restaurante y local comercial en el centro porteño (en Callao 360) sin haber puesto dinero. El hotel se levantó en tiempo récord bajo la dirección de Poliequipos CIIMS SA, empresa de la familia Iurcovich, y se sumaba en mayo de 1978 a los 4700 hoteles de primera categoría que ya existían en Buenos Aires, según la Cámara de Hoteles y Afines.
“Estábamos muy contentos con el Mundial sin saber lo que ocurría a nuestro alrededor”, recuerda Arminda Palacios en el libro Bauen, el hotel de los trabajadores (2017). Arminda fue una de las trabajadoras contratadas por la familia Iurcovich antes de la inauguración en 1978 y una de las 30 que, en marzo de 2003, se animó a tomar el hotel tras la declaración de quiebra y los despidos del 2001, que dejaron a todos en la calle.
Es que pasada la fiebre mundialista, los Iurcovich continuaron con la explotación del hotel hasta 1997, cuando realizaron una dudosa venta al empresario chileno Félix Solari, que decretó la quiebra en 2001 y dejó en la calle a todos los trabajadores, quienes con el respaldo del Movimiento de Empresas Recuperadas fundaron la Cooperativa de Trabajo Buenos Aires Una Empresa Nacional (Bauen) para reabrir el edificio y recuperar los puestos de trabajo.
Para entonces, la familia fundadora había recomprado el hotel bajo una nueva denominación: Mercoteles. Y no dejó de avanzar judicialmente para desalojar a los trabajadores. Las maniobras del “grupo Iurcovich”, que extendió sus negocios con hoteles en el exterior y cuentas offshore, mantuvieron su pecado original: el enriquecimiento a partir de aquel préstamo dictatorial que nunca pagaron.
“A principios de los 80, la empresa inicia una demanda al Estado, alegando un perjuicio por el retraso en los pagos del Banade, al solo efecto de judicializar el crédito y no pagar. El juicio finalizó recién en 2007, y más allá de toda la argumentación para demostrar que habían sido defraudados, lo cierto es que nunca pagaron el crédito”, resume Federico Tonarelli, vicepresidente de la cooperativa Bauen.
Aquel fallo de 2007 señalaba que, aún reconociendo una penalidad por la demora en los pagos del banco estatal, el “grupo Iurcovich” debía, sólo hasta 1991, 8 millones de pesos al Estado. Un informe anterior de la Dirección Nacional de Normalización Patrimonial había indicado que las deudas del Bauen SA ascendían a 85.476.985 millones de pesos. La cooperativa realizó una investigación propia en la que determinó que esa deuda en 2012 se elevaba, con la actualización de capital, a 122.569.752 pesos.
La deuda de la familia Iurcovich con el Estado, que logró licuar a través de su larga estrategia judicial, fue uno de los argumentos de la cooperativa para exigirle al Congreso Nacional una ley de expropiación para recuperar aquel patrimonio construido con fondos públicos y poder ser cedido en comodato a los trabajadores, que desde 2003 recuperaron el edificio y 130 puestos de trabajo.
Otros de los argumentos de la recuperada fueron los años en los que la cooperativa puso nuevamente en marcha al Bauen. En los primeros diez, reinvirtieron 6 millones en refaccionarlo. El hotel se convirtió en una referencia mundial del trabajo autogestionado y en un espejo del tipo de organización de base que el plan de la dictadura quiso borrar. Por eso, en 2012, renombraron el auditorio principal del hotel como Abuelas de Plaza de Mayo. “Los hombres y mujeres que han hecho este milagro en este hotel son los que luchan por el mismo ideal que tenían los 30 mil desaparecidos”, les dedicó la titular de Abuelas, Estela De Carlotto, en aquel rebautismo.
A pesar de los millones de deuda sostenidos por el grupo Iurcovich y la recuperación del edificio, los puestos de trabajo y la actividad cultural y social por parte de la cooperativa, que resistieron varios intentos desalojos, la Corte Suprema reconoció la propiedad del edificio a los propietarios fundadores.
Entonces, los argumentos se repetirían en el Congreso: “Estos créditos de fomento fueron destinados a unos pocos empresarios vinculados con la industria hotelera, que hicieron gala de sus influencias con el gobierno dictatorial”, decía el proyecto de ley de expropiación, que proponía que el Estado pague el valor de propiedad luego de mensurar el valor del edificio con la deuda acumulada, y entregar un derecho de uso a favor de los trabajadores. El Parlamento lo aprobó recién el 30 de noviembre de 2016.
Menos de un mes después, el presidente Mauricio Macri vetó la ley, favoreciendo a los Iurcovich y abriendo otra vez la posibilidad del desalojo de los trabajadores. Los argumentos presidenciales señalaron que sería “en beneficio de una situación particularizada que sólo afecta a un grupo de personas”.
“Lo que sea hace para el ‘78 queda para después del ‘78”, resaltaba la propaganda oficial de la dictadura militar. No aclaraba para quiénes.