Fue presidente de la Nación durante once días, pero jamás tuvo tanto poder como amasó con el fútbol durante la última dictadura (1976-1983). Fue el número dos del Ente Autárquico Mundial (EAM) 78, pero todos saben que él tomaba las decisiones. Los titulares del órgano encargado de organizar el Mundial podían cambiar – o ser asesinados –, pero Carlos Alberto Lacoste se mantenía incólume.
Cuatro días después de terminado el Mundial, El Gráfico – la revista de la editorial Atlántida – ponía al contraalmirante Lacoste primero en el listado de aquellos a quienes la sociedad argentina les debía un agradecimiento por la obtención del título y la realización de la Copa del Mundo. “No eran momentos de palabras, sino de hechos”, escribieron en la revista dirigida por Constancio Vigil. Y ciertamente Lacoste no sólo era un hombre de palabras, sino principalmente un hombre de acción – incluso reñidas con la legalidad.
Nació el 2 de febrero de 1929, poco más de un año antes del primer golpe de Estado de la Argentina. Su historia estaría inevitablemente marcada por las irrupciones militares en la vida política del país. Creció en Belgrano y, desde muy chico, se enamoró de River Plate, el club que todavía lo tiene entre sus socios honorarios pese a que en 1997 bajó los cuadros de los represores y que hace más de catorce años que el marino en cuestión murió.
Estudió en el Colegio Nacional de Buenos Aires, un reducto solo reservado para las clases medias acomodadas con aspiraciones intelectuales. Pero a Lacoste lo sedujeron más los uniformes. A los 16 años se propuso ser uno de los señores del mar. En 1946, ingresó a la Escuela Naval y en 1948 se graduó como guardiamarina, exactamente un año después de que lo hiciera Emilio Eduardo Massera, el hombre que lo condujo hacia el mundo del fútbol y con quien tejió su poder – incluso desde las sombras de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA). Ya recibido de ingeniero naval, fue parte activa de la Revolución Libertadora – el golpe que sacó del poder a Juan Domingo Perón – y, según Eugenio Méndez, combatió allí codo a codo junto a Massera y Rubén Jacinto Chamorro, quien durante la dictadura sería el director de la ESMA.
Los vínculos con el poder no sólo los tejió en la Armada, sino también en la familia. El marino era primo de Alicia Hartridge, a quien Jorge Rafael Videla conoció en 1946 en San Luis y con quien se casó dos años más tarde. Lacoste también contrajo matrimonio, pero enviudó en 1957, quedándose a cargo de su hija María Fernanda. La soledad duró poco. Lucía Gentile, la mujer de su amigo Leopoldo Fortunato Galtieri, le presentó a quien sería su segunda esposa: Hebe Angélica Aprile. Hebe tenía dos hijos de su primer matrimonio y tuvo tres más después de casarse con Lacoste: Gustavo, Cristian y Mariana. Años más tarde, Gustavo sería parte de un escándalo vinculado a la reventa de entradas del Mundial 78. Una de las tantas irregularidades en las cuales el apellido Lacoste iba a estar involucrado.
El Gordo
Sus compañeros de armas le decían “El Gordo” al hombre corpachón de un 1.85 que solía combinar el uniforme impecable con el cigarrillo y el gesto altivo. En 1974, Massera lo envió como su emisario a la Comisión de Apoyo al Mundial 78, que funcionaba bajo la órbita de José López Rega en el Ministerio de Bienestar Social.
Después del golpe del 24 de marzo de 1976, Massera puso sobre la mesa la organización del Mundial como un tema prioritario. Su hombre para hacerse cargo era Lacoste, pero Videla se adelantó y designó al general Omar Actis. El general retirado estuvo poco menos de un mes y medio a cargo del EAM ’78 antes de morir acribillado el 19 de agosto de 1976 en Wilde, partido de Avellaneda. No llegó nunca a presentar su plan para el campeonato que esperaba ser menos faraónico que el encaró su sucesor Antonio Merlo, un hombre más permeable para Lacoste.
El marino no concurrió al velatorio de su jefe en el ente, lo que sí hizo Videla, a quien se lo vio parado junto al féretro. Con gesto adusto, el dictador parecía velar en simultáneo a su hombre leal y a su proyecto de Mundial. Cuatro días después del asesinato de Actis, el entonces capitán de navío encabezó una conferencia de prensa en la que desbancó a la Asociación del Fútbol Argentino (AFA) como organizadora del campeonato y dejó en claro que el Mundial quedaba en manos del Poder Ejecutivo. Habló de costos. Dijo que la construcción del estadio en Córdoba saldría 4800 millones de pesos; la de Mar del Plata, 4600 y la de Mendoza, 4200.
Fue todo un gesto de transparencia que no tendría correlato tiempo después. El despilfarro de millones y la opacidad con la que se manejaron los fondos fue incluso eje de polémicas dentro del Gabinete de Videla, con el secretario de Hacienda Juan Alemann a la cabeza. Justo cuando Argentina marcó el cuarto gol contra Perú en Rosario una bomba estalló en la casa de Alemann. El silencio es salud, decía un cartel que colgaba del Obelisco en plena dictadura y replicaba otro que estaba en el sótano de la ESMA.
Con el arma sobre la mesa
Decía El Gráfico que era tiempo de hechos. Lo mismo creía Lacoste.
Después del Mundial, el marino – que en 1978 había ascendido a contraalmirante – buscó de la mano de su amigo Joao Havelange incorporarse a la FIFA. Había un problema: no formaba parte de ninguna entidad futbolística. Se solucionó rápidamente el percance: fue designado vicepresidente de la Confederación Sudamericana de Fútbol en reemplazo de Santiago Leyden. Al año siguiente, pudo dar otro paso hacia la cima del control del fútbol y sus negocios: la vicepresidencia de la FIFA.
En el país tampoco le fue mal al contraalmirante, cargo al que había accedido en 1980. El gobierno de facto de Roberto Viola cayó por un golpe palaciego, al que no fue ajeno Lacoste, quien asumió la presidencia el 11 de diciembre de 1981. Once días después, le entregaba el mando a su amigo Galtieri, quien conduciría al país a la Guerra de Malvinas.
Pasó a retiro como vicealmirante con la llegada de la democracia. Estaba claro que su poder poco tenía que ver con las urnas. A la vicepresidencia de la FIFA renunció en 1984, aunque siguió integrando la comisión del Mundial de 1986. Su presencia en México provocó un escándalo: la prensa denunció que un torturador era parte de la comitiva de la FIFA.
En la revista Humor, el periodista Carlos Ares desgranó algunos de los aprietes más notorios de Lacoste. El primer ensayo fue con la familia. Según Alemann, a Videla lo apuraron con el Mundial. ¿Quién? La Armada de Massera y Lacoste. La mano del marino también se vio en 1981 cuando River contrató a Alfredo Di Stéfano para reemplazar a Ángel Labruna como técnico. En su oficina en el Centro de Electrónica Naval, tuvieron lugar al menos otros dos amedrentamientos. Uno, en 1979, con el arquero Ubaldo Matildo Fillol que no quería firmar contrato con el equipo de Núñez bajo las condiciones que buscaban sus dirigentes. El otro con el empresario Benedetto Mosca, que dirigía la editorial que publicaba la revista Goles. A Mosca le pidió la cabeza de los periodistas que criticaban sus desmanejos con el Mundial y que habían publicado una entrevista con Adolfo Pérez Esquivel antes de recibir el Premio Nóbel de la Paz en 1980.
El ocaso del Capitán Piluso
La caída en desgracia llegó con la democracia y le trajo varios problemas legales. La Fiscalía de Investigaciones Administrativas (FIA) lo acusó por administrar fraudulentamente el dinero del Mundial y también lo denunció por enriquecimiento ilícito. Su amigo Havelange salió en su auxilio y declaró en sede judicial que él le había prestado el dinero para comprarse una propiedad en Punta del Este.
Lacoste, el hombre del Mundial, murió en 2004 a los 75 años. Sus restos fueron inhumados en el Parque Memorial. Para entonces, el tiempo y el pacto de impunidad habían ayudado a borrar las heridas de las viejas internas que el Mundial provocó en la Junta Militar. La prueba fue que sus primos Alicia y Jorge Videla pidieron oraciones en su memoria.