En julio de 1977, once meses antes de que se celebrara el Mundial de fútbol en la Argentina, el embajador Tomás de Anchorena recibió 100 mil dólares para montar en París una oficina que contrarrestara las denuncias por las graves violaciones a los derechos humanos que se cometían en el país. Así nació el Centro Piloto de París, que funcionó como un brazo del grupo de tareas de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) en el Viejo Continente. Era la embajada paralela en la capital de Francia, donde dos prácticas se combinaban: la infiltración en los grupos de oposición a la dictadura y la propaganda del gobierno militar.
Miembro de una familia patricia y exintegrante del Ejército, Anchorena había llegado a la capital francesa tras un pedido de Jorge Rafael Videla en 1976. Su profundo desprecio por el peronismo lo había acercado a la Unión Cívica Radical (UCR). Tuvo que pedirle autorización al entonces líder del partido Ricardo Balbín para aceptar la oferta del dictador, según reconstruyó el periodista Daniel Gutman en su libro Somos derechos y humanos.
Los mitos sobre el origen del Centro Piloto son dos. Según Anchorena, se creó después de una reunión de embajadores que él mismo convocó y ante lo que percibían como una creciente campaña contra el país. El encuentro había tenido lugar en París en marzo de 1977. “La iniciativa fue mía”, les dijo a los jueces en el Juicio a las Juntas de 1985. La otra versión —recogida por la periodista Andrea Basconi en el libro Elena Holmberg: la mujer que sabía demasiado— es que el Centro se conformó a instancias del almirante Emilio Eduardo Massera, después de un viaje a Europa en el cual pensaba captar toda la atención como el salvador de la Argentina y terminó siendo opacado por las denuncias por secuestros, desapariciones y torturas.
Lo cierto es que el Centro Piloto se creó el 26 de julio de 1977 mediante el decreto 1871, rubricado por el propio Videla, por el entonces canciller Oscar Montes —un aliado clave de Massera— y por el ministro de Economía José Martínez de Hoz. Dependiente del Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto, se creaba la Dirección de Prensa y Difusión para lavarle la cara a la Argentina. De esa dirección, dependían tres áreas: el Departamento de Prensa, el Departamento de Difusión al Exterior y el propio Centro Piloto, que tenía que irradiar el mensaje de la dictadura a otros países de Europa.
La primera directiva de difusión al exterior enviada el 15 de agosto de 1977 por el capitán de fragata Roberto Pérez Froio, a cargo de la dirección de prensa de la Cancillería, dejaba en claro que la Argentina debía atender dos frentes principalmente: la socialdemocracia europea y el Partido Demócrata de los Estados Unidos, que en enero de ese año había llegado a la Casa Blanca de la mano de Jimmy Carter. Al Centro Piloto le tocaba abocarse a la realidad europea. La tarea que se detallaba en el apartado número nueve tenía concretamente al campeonato que iba a desarrollarse como un objetivo principal: explotar para toda Europa los medios relacionados con el Mundial 78.
¿Por qué en París? Porque allí se desarrollaba un movimiento fuerte de denuncia de la dictadura y se había organizado el Comité de Boicot a la Organización del Mundial de Fútbol en la Argentina (COBA). Por el tiempo en que estuvo en vigencia, el Centro Piloto estuvo inevitablemente ligado al Mundial y a la proyección internacional de Massera.
El Centro Piloto en acción
Anchorena alquiló en julio de 1977 un inmueble situado en 83 avenue Henri Martin y empezó a armar las oficinas que serían testigo de una de las más sórdidas internas de la Junta Militar. Para esa época había viajado en comisión Pérez Froio a Francia, según surge de una resolución secreta de la Cancillería del 13 de julio de ese año. El director de Prensa de la Cancillería llegó a la capital francesa el 20 de julio y estuvo allí cerca de quince días. Viajó para ultimar detalles importantes y el gobierno de facto le dio tres mil dólares con la obligación de rendir gastos.
El Centro Piloto tenía una doble dependencia: el Ministerio de Relaciones Exteriores y la embajada argentina en Francia. Anchorena tenía más poder que el de concretar alquileres. Lo primero que hizo en relación con el Centro Piloto fue designar como responsable de esa oficina a la diplomática de carrera Elena Holmberg, defensora férrea del discurso de la dictadura y, como el propio Anchorena, alineada con los intereses del Ejército.
Según el exembajador en París, la vida del Centro Piloto transcurrió en relativa armonía con sus fines hasta la llegada para principios de 1978 de la primera comitiva de la ESMA: el capitán de corbeta Eugenio Vilardo y el teniente de navío Enrique Carlos Yon. Según una resolución de la Cancillería del 12 de enero de 1978, a los dos marinos se los decidió enviar a la Ciudad Luz porque las tareas del Centro Piloto “no pueden ser absorbidas por el personal de la Embajada que se encuentra recargado por sus tareas específicas”.
De acuerdo con la orden impartida por el canciller Montes, se sabía cuándo arrancaba la misión de Vilardo y Yon, pero no cuando terminaba. Yon debía estar en París desde el 22 de enero de ese año y Vilardo desde el 15 de febrero. Los dos pronto se ganaron el desprecio de Holmberg y Anchorena, quien dejó en claro que lo que los llevaba a París no era la “campaña antiargentina”, sino los intereses de Massera o la concreción de las actividades de la ESMA en otras latitudes.
Para la misma época se denunció que llegó Alfredo Astiz a París. Venía de infiltrarse en el movimiento de familiares de desaparecidos, que había concluido en diciembre de 1977 con el secuestro de las fundadoras de Madres de Plaza de Mayo y las monjas francesas Alice Domon y Leonié Duquet. En abril de 1978, el diario Liberation —fundado por Jean Paul Sartre— publicó que había militares argentinos intentando infiltrarse en el movimiento de exiliados. Lo mismo hizo Le Matin. Una foto aportada por Gabriel Periés a Horacio Verbitsky demostró que Astiz, bajo el nombre falso de Alberto Escudero, había permanecido cercano al Comité Argentino de Información y Solidaridad (CAIS) hasta octubre de ese año.
Antonio Pernías, alias el Rata, también llegó a Francia para marzo de 1978. Pernías era parte del elenco estable de torturadores de la ESMA. Antes que él había sido destinado a París Jorge Perrén, quien operó en el Centro Piloto bajo el alias de Juan Martín Aranda. Como las oficinas de la Avenue Henri Martin eran una extensión del centro clandestino ubicado en la Avenida del Libertador, también llevaron al Centro Piloto a tres secuestradas, tres mujeres con más facilidad que los propios represores para el francés y para hacer tareas de prensa. A Holmberg se las presentaron como sociólogas y no compartieron la oficina con ella, sino que eran obligadas a trabajar en una casa de la rue de Loche.
El Mundial en el centro
En junio de 1978, se jugaba el Mundial en la Argentina. En Francia, el partido era otro. Para entonces, la interna entre el Ejército y la Marina había detonado en el Centro Piloto. Vilardo había estallado de furia con Anchorena y decidió enviarle una carta a Pérez Froio para informarle que el embajador iba a dar una entrevista a la emisora radial France Inter que antes había entrevistado a “exiliados subversivos”.
Para entonces, Holmberg ya no estaba en Francia. Por la resolución 831, el canciller Montes había ordenado que volviera a Buenos Aires para mayo de 1978. Amigos y familiares de la diplomática —con buenos vínculos con otra de las facciones de la dictadura— insisten con que la razón de su vuelta estuvo ligada a que ella denunció que en Francia se había sellado una tregua entre Montoneros y Massera durante el Mundial. La otra razón que, en realidad, podría haber acelerado su retorno fue haberse convertido en una testigo molesta del manejo de dinero y de los fines del Centro Piloto, que progresivamente se iba convirtiendo en la plataforma de acción de Massera para ganar prestigio internacional.
El 4 de junio, mientras visitaba Mar del Plata en pleno desarrollo del Mundial, Massera anunció que iba a dejar en pocos meses la comandancia de la Armada en manos de Armando Lambruschini. Ése era el primer paso para perfilarse como una alternativa “democrática” frente a la dictadura y como una opción socialdemócrata. En ese anuncio, procuró reconocer que hubo errores de parte de la Junta Militar, como era necesario para alguien que quisiera desmarcarse de la metodología criminal del gobierno de facto del cual era parte.
Máximo responsable del emblema del terrorismo de Estado en la Argentina, la ESMA, Massera solía decir a sus interlocutores europeos que el gobierno debía publicar la lista de los desaparecidos. El 28 de junio de 1978, tres días después de la conquista de la Copa del Mundo por parte de la selección argentina, la agencia Noticias Argentinas se hizo eco de un rumor: la Junta Militar analizaba publicar los nombres de las personas “abatidas en la lucha que libraron las fuerzas armadas contra el terrorismo subversivo”. ¿Cuál era la fuente? Un alto responsable de la Armada, según consignaba el cable. Probablemente ningún otro marino que no fuera el propio Massera se atrevería a filtrar esa versión.
Massera pasó a retiro en septiembre de 1978. Para entonces ya había creado su diario Convicción, que se nutría también del trabajo esclavo de secuestrados en la ESMA. Según relató Anchorena en el Juicio a las Juntas, en octubre desmontó el Centro Piloto de París. Su primera encargada, Elena Holmberg, fue secuestrada en Buenos Aires el 20 de diciembre de ese mismo año en la puerta del garaje ubicado en la calle Uruguay 1055. Tres hombres forcejearon y la subieron a un Chevy celeste. Todos vieron en ese secuestro la metodología de la patota de la Esma. El cuerpo sin vida de la mujer de 47 años apareció dos días después en aguas del Río Luján en Tigre, en jurisdicción de la Prefectura, fuerza que dependía de la Armada. Su familia recién se enteró en enero del hallazgo del cadáver. Como sostiene la periodista Andrea Basconi, no deja de ser una paradoja que tuviera ese final justo ella que tanto había trabajado desde el Centro Piloto para que se “conociera la verdadera Argentina”: sin torturas, ni desaparecidos ni cuerpos flotando en los ríos.