“Si le pasa algo a Videla o algún miembro de las fuerzas armadas o de seguridad, van a ser fusilados.”

El 20 de mayo de 1978, los medios de comunicación dieron a conocer la lista definitiva de 22 jugadores que disputarían la Copa del Mundo. El 2 de junio, la Argentina comenzó con una victoria frente a Hungría. Durante esos días en los que la atención se posaba de Alonso hasta Villa, otra selección de argentinos y argentinas jugaba otro partido. Eran hombres y mujeres, militantes políticos, sindicales, sociales y de las organizaciones guerrilleras, presos políticos con causas judiciales desde antes del golpe militar y detenidos-desaparecidos durante los dos años que siguieron a la instalación de la dictadura. Esa lista, sólo posible de reconstruir en fragmentos a través del testimonio de los sobrevivientes, estaba en manos del genocida Luciano Benjamín Menéndez, jefe del Tercer Cuerpo del Ejército con sede en Córdoba capital, y era la de “los rehenes del Mundial”.  

La condición de rehén seguida de la amenaza de fusilamiento en caso de que ocurriera un ataque contra el jefe de la Junta Militar Jorge Rafael Videla u otro miembro de las fuerzas fue la advertencia del terror impuesta por Menéndez y sus subordinados en sus sedes del terror en Córdoba: la Unidad Penitenciaria 1 del barrio San Martín y los centros clandestinos de detención conocidos como D2 (departamento de inteligencia de la Policía de Córdoba), el chalet de Hidráulica, el Campo de La Ribera, La Perla y La Perla chica o “La Escuelita”.  

Menéndez  jugó al terror con sus rehenes con la excusa de resguardar la única visita que realizaría Videla al estadio cordobés Chateau Carreras. Fue el 3 de junio, para presenciar el partido inaugural de esa sede entre Escocia y Perú. Estuvo acompañado por el presidente de la FIFA, Joao Havelange, y de la AFA, Alfredo Cantilo. De todas maneras, los altos mandos de la dictadura cívico-militar reconocían que en los primeros meses de 1978 las organizaciones guerrilleras estaban “desarticuladas y dispersas”. Otra cosa preocupaba al jefe del Tercer Cuerpo del Ejército: las inspecciones de la Cruz Roja Internacional motivadas por las denuncias de familiares y organismos y derechos humanos a nivel local e internacional.

Los convocados

La irrupción del golpe militar llegó para transformar el estado de sitio implementado desde 1975 —cuando la presidenta María Estela Martínez de Perón inició el plan para “neutralizar y/o aniquilar el accionar de los elementos subversivos”— en un plan sistemático de exterminio, sin libertades ni derechos. En el caso de los 10 mil presos políticos que se calcula había entonces en las cárceles argentinas, perdieron el resguardo por parte del Poder Judicial y quedaron “a disposición del Poder Ejecutivo”, ahora en manos de la Junta Militar. Así, con una sola orden los represores podían mover presos a cientos o miles de kilómetros sin dar explicaciones.

Con los ojos vendados o encapuchados, con las manos atrás y esposadas a los asientos de los despojados aviones militares es como recuerdan viajar a fines de mayo de 1978 los presos políticos que fueron enlistados por Menéndez. “En uno los vuelos del traslado estuvimos casi 18 horas arriba del avión porque íbamos parando en distintas provincias. No sabíamos a dónde íbamos, pero había versiones de que habían arrojado a varios detenidos al río y pensé que ése era nuestro destino”, recuerda Juan Schjaer, que tenía 22 años y llevaba 4 años detenido.  

Carlos Zamorano (Joaquín Salguero).

Él había subido al vuelo saliendo desde el penal de Sierra Chica junto a otro grupo —entre los que estaba Osvaldo De Benedetti, a quien todos conocían como “El Tordo”—, pero el largo viaje se debía a la amplitud de la convocatoria. “Ese avión iba cargado en su último tramo por 25 personas oriundas de las cárceles de Rawson, Devoto, Resistencia, La Plata y Sierra Chica. Se trataba de una selección de presos de cinco cárceles”, recuerda el abogado de derechos humanos Carlos Zamorano, otro de los rehenes, del viaje de más de 5 mil kilómetros.    

Tras una última escala en Buenos Aires, el destino final del grupo fue la Unidad Penitenciaria 1 de Córdoba, ubicada en el barrio San Martín. Después del golpe, el control de la cárcel había quedado en manos del Área 311 del Tercer Cuerpo del Ejército, y entre abril y octubre de 1976 había fusilado a 29 presos políticos. Allí, sin las vendas cubriéndoles los ojos, pero sin posibilidad de recibir visitas, aislados del resto de los presos, con un tacho como baño y escasa comida, pudieron mirarse e intentar reconocerse.

Zamorano recuerda a unos 17 varones. Desde Rawson habían llegado: Roberto Varas, Simón Gargiulo, Ángel Belisario Gutiérrez, José Eduardo Pórcel y su hijo, y Enrique Sienquiewicz. Desde Resistencia: Juan Medina, y un joven de apellido Nasser. Desde La Plata: Jorge Eduardo Ruli, Jorge Vicario, Gerardo Guillemot, Miguel Quinteros, Ramón Jesús Pedraza, y un joven de apellido Rocha. De Sierra Chica: Jorge Mario Marca, Osvaldo De Benedetti, Bulacio Fanola. En tanto, tres mujeres habían llegado desde Devoto, pero fueron separadas en otro pabellón. Según testimonios en los recientes juicios por delitos de lesa humanidad, entre ellas estuvo Liliana Deus. En un testimonio de 2014 Jorge Vicario también recordó a un joven de apellido Gutiérrez.

Entre esa lista de convocados, algunos de los detenidos pertenecían al Partido Comunista (PC), el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), Montoneros, y el Partido Comunista Revolucionario (PCR). Otros eran exfuncionarios peronistas. Otros, sindicalistas, obreros o militantes universitarios. “La selección fue hecha con criterios que los militares sabrán por qué”, señala Zamorano. Schjaer, que había estado detenido por la dictadura militar en Córdoba cuando ocurrieron los fusilamientos de 1976, resalta que así funcionaba el terror de Menéndez: “Los sobrevivientes tratábamos de establecer parámetros para saber si íbamos a sobrevivir o no”.

Una vez en la UP 1 de Córdoba, aislados del exterior, el recuerdo de si se trató de un mando militar o un compañero quien lo comunicó depende de quién lo cuente, pero el mensaje de los represores lo recuerdan todos: eran “los rehenes del Mundial”, y “si le pasa algo a Videla o algún miembro de las fuerzas armadas o de seguridad van a ser fusilados”. La amenaza corría para todos a pesar de haber perdido comunicación total con las organizaciones a las que pertenecían antes de ingresar a la cárcel. "Ninguno tenía conocimiento de las cosas que pasaban en la calle. Hacía tiempo estábamos bajo siete candados. Estuve un año sin leer el diario y llegué a olvidar mi número de DNI”, grafica Zamorano.  

El juego del terror

Los 25 de la UP 1 no eran el primer grupo de rehenes de Menéndez. A principio de año otro grupo de presos políticos había estado en el mismo penal, por la visita que Videla haría a Córdoba por la Fiesta Nacional del Trigo. Todos los testigos de aquellos años recuerdan que el “Tordo” de Benedetti había estado en aquel grupo y ya entonces había recibido una amenaza, una sentencia de muerte. “Me van a matar”, le confesaba a cada compañero al que se lo contaba.

Había ocurrido en el mes de abril, cuando con otro grupo de detenidos lo llevaron de recorrido por las sedes del terror de Ménendez. Pasaron primero por el Campo de La Ribera y luego fueron a al centro clandestino La Perla. En ese centro de detención y tortura fue entrevistado por un coronel que le advirtió que por su pasado como uno de los máximos dirigentes del PRT-ERP no saldría vivo de su detención.

Los traslados de prisioneros desde la UP1 a los centro clandestinos fue una constante en esos meses y tenía como objetivo ocultar la real situación de los detenidos-desaparecidos en Córdoba a la misión de la Cruz Roja, que tenía particular interés en conocer la situación de la Penitenciaría de San Martín y el Campo de la Ribera, y se sospechaba que también podía llegar a La Perla, como describen los periodistas Ana  Mariani y Alejo Gómez Jacobo en el libro homónimo.  

El Ejército entraba a cualquier hora a la UP 1 y se llevaba prisioneros vendados y maniatados. La Gendarmería estaba a cargo de los viajes con una orden: se podía golpear, pero no matar. “Yo soy responsable de la salud de estos guerrilleros hasta que los fusilemos”, recuerda Schjaer la voz de un oficial sobre el traslado que él vivió hacia La Perla. Benedetti volvió a la UP 1 a fines de abril, viajó nuevamente a Sierra Chica y desde allí volvería otra vez a Córdoba para el Mundial 78, con la sentencia de muerte siempre en su cabeza.

La Perla

“Ahí estábamos, compartiendo lugar con los rehenes que llegaban de las cárceles y los nuevos desaparecidos que traían cada tanto”, recuerda María del Carmen Sosa en el libro La Perla. Ella, a diferencia de los convocados de la UP 1, que estaban incomunicados pero registrados como detenidos, era una de las miles de desaparecidas en los centros clandestinos de la dictadura cívico-militar.

Juan José “Toto” López también recuerda sus días mundialistas en La Perla y en La Perla Chica o “La Escuelita” —ubicada frente a su homónima— junto a María del Carmen, ambos fueron secuestrados por grupos de tareas en abril en Córdoba capital. El cautiverio lo compartieron con Hilda Saldaña, Irma Casas, Santiago Lucero, Carlos Vadillo, Ricardo Mora, Hilda Cardozo y Eduardo Porta.

La Perla (Carlos Cárceres/ Archivo Fotográfico Espacio para la Memoria La Perla)

Esta lista, al igual que la de los 25 seleccionados, era conformada caprichosamente por los hombres de Menéndez: ex militantes secundarios, militantes de partidos de vertientes comunistas, del peronismo, del PRT, abogados, militantes barriales. “A la paz hay que ganarla y mantener la tranquilidad mediante una vigilancia constante”, decía por esos días Menéndez a un diario de Río Cuarto, y agregaba: “La guerrilla no actúa sólo en el campo militar sino que se infiltra, destruye y corrompe distintas áreas del quehacer comunitario”. A María la secuestraron cuando cuidaba a sus sobrinos, a “Toto” cuando atendía la verdulería familiar.  

“Jugábamos nuestro propio partido —rememora “Toto” en el citado libro—. Ya nos lo habían dicho: si ocurría algo en Córdoba seríamos ‘boleta’”. Mientras la Junta Militar trataba de “proyectar una imagen real del país en el exterior”, en palabras de Menéndez, un Carlos Vadillo de 26 años pasó “todo el Mundial tirado en una colchoneta, rogando que no ocurriera nada que nos perjudicara aún más”. Schjaer, que tras ser seleccionado entre los presos “legales” fue trasladado a La Perla, donde vivió el Mundial, también rememora “la angustia que sentía cuando Argentina avanzaba en el torneo, porque estaba convencido de que si Argentina ganaba, nos fusilaban”.

El día de la final entre Argentina y Holanda un gendarme ingresó a la cuadra —como se le decía al espacio de detención— de La Perla y “puso una radiecito a pila para que escucháramos el alargue que ganó Argentina”, describe López. “Éramos como veinte prisioneros con los oídos puestos en la radio. Cuando terminó el Mundial, agradecimos que no hubiese pasado nada extraño y rogamos que se agilizara nuestra causa por ir presos. Qué paradójico y perverso era todo, ¿no? Rogábamos ir a la cárcel, quedar a disposición del PEN.”

La sentencia del tordo

Con la Copa del Mundo en manos de la Argentina, los rehenes de la UP 1 permanecerían aún incomunicados y aislados un mes más, hasta fines de julio, antes de ser devueltos a distintas cárceles “legales”, donde finalmente recibieron la visita de la Cruz Roja Internacional. El grupo de detenidos-desaparecidos de La Perla sería trasladado también a la UP 1 y luego a otras cárceles, como el resto. Hilda Cardozo permanece aún desaparecida, como otros miles de desaparecidos que pasaron por ese centro clandestino.

Juicio por el asesinato de Osvaldo De Benedetti (http://represorestucuman.blogspot.com.ar)

En el mes de espera y aislamiento, estar a disposición del PEN no fue una garantía para “el Tordo”. “En la penitenciaría de Córdoba, después del Mundial llegó una orden de traslado para De Benedetti que los sorprendió a todos. Se trataba de una orden para que fuera trasladado a Tucumán (...). Osvaldo tenía la certeza de que su vida había terminado con esa orden de traslado”, testimonió Roberto Varas, uno de los rehenes, en 2014. “Él le dijo a mamá que nunca se fugaría, que si le decían eso no debían creerlo, que si lo mataban lo mataban de frente”, también dio testimonio Ema, hermana de “El Tordo”, en el juicio por su asesinato. En los diarios de 1978 se leyó como “intento de fuga”. En 2014 seis represores fueron condenados a perpetua.  

“No le pasó nada ni a Videla ni a las fuerzas de seguridad. No creo que fuese por el hecho de que nosotros estábamos de rehenes, porque no sé si al mismo tiempo le mandaban un telegrama al ERP o Montoneros —recapitula Zamorano—. Se suponía que las organizaciones estaban informadas de que se había armado este seleccionado parafutbolístico. Yo entiendo que tienen que ser once los jugadores, pero éramos 25. No le pasó nada a nadie, y lo fusilaron al ‘Tordo’.”