Faltaban unos pocos días para el Mundial 78 cuando Robert “Bob” Cox, el editor del Buenos Aires Herald, recibió una convocatoria a la Casa Rosada. Fue. No estaba solo. Había unas 30 personas, todos periodistas con poder de decisión en los medios en los que trabajaban. Ante ellos se plantó el entonces ministro del Interior, Albano Harguindeguy, y les dijo que se tenían que comportar porque el mundo tenía sus ojos enfocados en la Argentina. “Se tienen que dar cuenta de que deben presentar una imagen perfecta de la Argentina”, los aleccionó el militar. Bob Cox salió de la Casa Rosada dispuesto a desobedecer, como ya lo venía haciendo. Siguió imprimiendo —aún durante el campeonato de fútbol— el único diario argentino que denunciaba los secuestros y las desapariciones en plena dictadura.
Bob Cox tenía 26 años en 1959, cuando llegó a la Argentina y consiguió un trabajo como redactor en el Buenos Aires Herald, un diario fundado en 1876 que leía la comunidad británica. Asumió como director del diario en 1968. Fue de su mano y especialmente durante los años de la dictadura —cuando el resto de los medios escribieron su página más oscura— que el Herald ganó prestigio nacional e internacional al ser el único en publicar las denuncias de los organismos de derechos humanos. ¿Y por qué fue? Porque Cox desobedeció.
Poco después de que los militares tomaran el poder el 24 de marzo de 1976, el teléfono sonó en la redacción de la calle Azopardo. Cox atendió y escuchó el mensaje: no se podía escribir sobre secuestros y asesinatos. Nada. Ni una palabra. Habló con Andrew Graham Yooll, uno de los redactores que al tiempo tuvo que exiliarse, y decidió que iba a publicar todo aquel caso en el que el familiar de la persona desaparecida se presentara con una denuncia hecha ante la Justicia.
La redacción del Herald estaba a un par de cuadras de la Plaza de Mayo. Las Madres no tardaron en llegar hasta las oficinas para denunciar los secuestros de sus hijos e hijas. Era el único diario que les abría las puertas y Cox era el único editor dispuesto a dedicar una tapa del diario para salvar una vida. El diario dejó de ser un medio para la comunidad británica y pasó a ser un periódico que se compraba aunque no se entendiera una palabra de inglés, para leer la única parte que se imprimía en castellano: la traducción del editorial.
“No aparecía nada en los diarios, excepto en el Herald, que era un pequeño diario escrito en inglés sin importancia. La mayoría de nuestros lectores eran extranjeros, de la comunidad angloparlante en la Argentina. Nosotros habíamos empezado a confirmar que se llevaban a la gente y la tenían en centros clandestinos. Así fue cómo el Herald ganó importancia”, cuenta Cox 40 años después, en su departamento de Recoleta.
En 1978, el Herald hizo convivir en sus páginas la alegría deportiva con la denuncia de las desapariciones, como dos partes de una misma pieza que no podían separarse. “El Mundial fue un momento de horror y a la vez un momento de gloria”, dice Cox. En la página de Deportes se contaban los días que faltaban para el inicio de la Copa bajo el cintillo de “World Cupitis (Mundialitis)”, lo que muestra que el diario inglés no quedó fuera del fervor que despertaba el fútbol.
“Disfruté escribir sobre el Mundial. Disfruté los partidos. Por un momento, aunque sabía qué estaba pasando, pude olvidarlo. Pensaba que podía haber una chance de que los militares se volvieran decentes y que pararan, pero no lo hicieron. Continuaron, no tan abiertamente como antes pero continuaron.”
Las expectativas de Cox frente al Mundial podían resumirse en, por un lado, que para la Junta la celebración del campeonato significara un fin de época en la represión clandestina. Por el otro, que la llegada de periodistas extranjeros dispuestos a informar lo que sucedía en el país y no aparecía en los principales medios generara una presión tal que la Junta no pudiera negar los crímenes.
La apelación a la presión de la prensa extranjera aparece con claridad en el editorial “Una bomba de tiempo político”, publicado el 17 de mayo de 1978. “Pese a que su presencia [la de las Madres de Plaza de Mayo] ha sido ignorada en gran parte por la prensa local (aparte de su aparición en listas requiriendo información sobre gente desaparecida que han aparecido en avisos pagos y el arresto el año pasado de unas 200 en ocasión de una demostración fuera del Congreso), forman parte del programa de casi todo periodista visitante y equipos de televisión. Su triste historia ha dado la vuelta al mundo. Y es su imagen en las pantallas de televisión lo que dará la imagen de la Argentina durante el próximo campeonato por la Copa Mundial de Fútbol.”
El Herald, de la mano de Cox, continuó publicando casos de desapariciones durante el Mundial, incluso cedió la portada del matutino a la denuncia del secuestro de Julián Delgado, el editor de El Cronista Comercial y de la revista Mercado. Delgado desapareció el 4 de junio, tan solo tres días después del arranque de la Copa del Mundo. Ninguno de sus medios dio la primicia del secuestro. Lo hizo el 13 de junio el pequeño gran diario inglés. La osadía le valió a Cox una nueva citación a la Casa Rosada por parte de Harguindeguy, quien lo reprendió por la publicación y le dijo que Delgado se había suicidado, según reconstruye David Cox en el libro Guerra sucia, secretos sucios. El enojo de la junta y de los socios de Delgado con el editor del Buenos Aires Herald también se puede rastrear en los cables desclasificados por Estados Unidos.
Durante esos días, Cox no sólo concurrió a la Casa de Gobierno, sino que también mandó cartas reclamando información. El 12 de junio, le escribió al número dos de Harguindeguy, José Ruiz Palacios, pidiéndole información sobre los secuestros de la familia Eroles. Dos días más tarde, le pidió saber qué había pasado con Alejandra Naftal, por entonces una estudiante secundaria que había sido secuestrada de su casa.
La investigación ni la publicación de los hechos denunciados por los familiares de los desaparecidos no hacía por ello del Herald un diario con simpatía hacia la izquierda. En un editorial impreso tres días después, le reclamaba al gobierno de facto que usara la represión legal frente a los grupos armados de izquierda, a los que Cox y sus colegas definían como terroristas. “Los periodistas visitantes verán pronto que esto no es Rusia. A las ‘madres locas de Plaza de Mayo’ no se les permitiría estar ni siquiera cerca de la Plaza Roja. Verán que la Argentina es un lugar excepcionalmente apacible, para nada parecido a la feroz dictadura militar sobre la que han estado leyendo en la prensa ultraizquierdista. Pero pronto podrán hacer preguntas embarazosas como por ejemplo: ¿por qué mantienen detenido sin cargos al profesor Alfredo Bravo, líder de los derechos humanos? ¿Y por qué ha sido detenido hace más de un año sin cargos Adolfo Pérez Esquivel, un hombre opuesto a la violencia que ha sido nominado para el Premio Nóbel de la Paz por los ganadores del premio en 1976?”.
La mirada liberal del Herald frente a la situación argentina no logró evitar que la represión se ciñera sobre su director. Cox pudo ver la final de Argentina-Holanda del 25 de junio de 1978, escribió sobre ella. “El júbilo era tan grande que los festejos masivos de 1945 por el fin de la guerra en Europa empalidecieron ante la alegría frenética que embargó a los veintiséis millones de habitantes del país”, tipeó. Salió con su esposa, Maud, y sus cinco hijos a festejar el triunfo por las calles de Recoleta. “El que no salta es un holandés”, gritaban sus vecinos. Los papeles caían de los balcones y la gente hacía sonar cacerolas para festejar. La alegría duró poco.
En diciembre del año siguiente, la familia dejó el país. Una carta amenazando a otro de sus hijos fue el punto de quiebre para el editor, que había sido llevado en dos oportunidades al centro clandestino que funcionaba en la Superintendencia de Seguridad Federal y sufrido las celdas de la dictadura en persona. El 16 de diciembre de 1979 escribió su último editorial en el Herald. Dos días después, las Madres lo despidieron con una solicitada paga en el diario La Prensa. “Gracias por haber sido uno de los muy pocos, poquísimos periodistas que demostró a través de su accionar profesional, comprensión para con nuestro dolor y nos hizo sentir menos solas.”