“Las cosas me salieron mal... Les confieso que estuve totalmente tranquilo.” René Houseman se lamentaba ante los periodistas después de su mal desempeño en el primer partido de la selección de fútbol en el Mundial 78, frente a Hungría. La Argentina había ganado 2 a 1, pero el wing era noticia por su mal desempeño. “Por más que lo busque, no puedo explicar lo que me pasó”, insistía.

Desde ese fallido debut, el delantero apadrinado por el DT argentino César Luis Menotti alternó entre titular y suplente. Tuvo su revancha al marcar el quinto gol en el 6 a 0 a Perú y finalizó el Mundial como lo había iniciado, en el césped del Monumental. Allí, a poco más de 20 cuadras del lugar donde había alimentado sus sueños, en la Villa 29 del Bajo Belgrano. Houseman levantó la Copa del Mundo cuando estaba por cumplir 25 años, pero no pudo volver a festejar al barrio que hasta el día de su muerte fue su “lugar en el mundo”, donde estaba su gente, porque los militares habían “borrado” la villa. “A mí me destruyeron por dentro”, recordó en una entrevista en 2014 para los Cuadernos del Mundial (CLACSO, La Garganta Poderosa).

La historia de René, la del ánimo por el piso, fue la de miles de villeros y villeras, familias trabajadores de bajos recursos llegadas en su mayoría de las provincias o de países limítrofes, que fueron víctimas del Plan de Erradicación encabezado por la dictadura cívico-militar.

“Las zonas de acción prioritaria resultaron ser las villas 29 en Bajo Belgrano, 30 en Colegiales, 31 en Retiro y 40 en Avenida Córdoba y Jean Jaurés”, precisa el investigador Demian Konfino en su libro Patria Villera (2015), que resalta sobre el barrio de Houseman: “Quedaba muy cerca del centro neurálgico del turismo deportivo y político del año 1978, y en una zona de alto poder adquisitivo que no quería mezclarse”. El plan también se extendería a las barriadas del sur, como la Villa 15, a la que ante una demora en la erradicación le pondrían un muro, origen del triste mote de “Ciudad Oculta”.

Si en 1976 había 224 mil personas viviendo en villas y asentamientos en la Capital Federal, dos años después, en los meses posteriores al Mundial 78, cerca del 50 por ciento de esa gente había sido expulsada de sus casas, según el informe oficial de la Comisión Municipal de la Vivienda (CMV), citado por Marta Bellardi y Aldo De Paula en Villas miseria: origen, erradicación y respuestas populares.   

Para junio de 1980, cuando el genocida Jorge Rafael Videla continuaba encabezando la Junta Militar, sólo 9 mil familias permanecían en los asentamientos porteños, número que bajaría a 4 mil un año después. Ese plan sistemático de expulsión se cumplió con la erradicación total de barrios como aquél en el que vivía René.

La politóloga e investigadora del Instituto de la Espacialidad Humana (FADU-UBA) Romina Barrios precisa que el Plan Erradicador quedó diseñado a partir de la Ordenanza 33.652 de abril de 1977, dictada por el interventor de la Capital Federal Osvaldo Cacciatore. Constaba de tres etapas:  

  • Congelar el crecimiento de las villas.

  • Desalentar de forma violenta la resistencia y organización en esos barrios.

  • Erradicarlas para alcanzar el ordenamiento “social y urbano”.    

En la Capital Federal el plan tuvo como brazo ejecutor al titular de la CMV, Guillermo Del Cioppo, quien sostenía que había que “merecer vivir en la Ciudad” y se congratulaba: “Se trató el problema de forma quirúrgica y en tiempo récord”.

Para los dictadores “el problema” no fue la solución habitacional de las familias trabajadoras. El secretario de Vivienda de la dictadura, Máximo Vázquez Llona, informó en mayo de 1978 que el déficit habitacional afectaba al 42 por ciento de la población argentina, entonces de 25 millones, mientras defendía la ejecución de una nueva ley de alquileres, que entró en ejecución 5 días después de la final del Mundial y habilitó el desalojo de 200 mil personas sólo en la Capital Federal. Al mismo tiempo, el gobierno de facto ofrecía créditos blandos a empresarios hoteleros para levantar hoteles de cuatro y cinco estrellas.

Entonces, el objetivo cívico-militar era recuperar el espacio de la ciudad para el desarrollo inmobiliario privado. Un segundo fin, para el Mundial 78, consistía en mostrar otra “imagen del país” ante las autoridades de la FIFA, las selecciones y los turistas que llegaran.

Mientras “las poblaciones de las villas eran llevadas al Conurbano bonaerense o deportadas a los países limítrofes”, como señala Barrios, los diarios y revistas se concentraban en las obras que complicaban el tránsito en el centro de la Capital. Una nota de la revista Somos titulada “La fiebre de la piqueta” bramaba: “Desde hace algunas semanas Buenos Aires parece una ciudad bombardeada: decenas de calles y avenidas cortadas, semáforos principales que no funcionan, desvíos del tránsito por calles angostas y rotas”.

El monumental Plan Erradicador

“La medida está fundada en razón de que un sector importante del llamado Bajo Belgrano fue quedando sustancialmente relegado en cuanto a su desarollo urbano (...) por el mantenimiento, desde hace 40 años, de una villa de emergencia”, transcribía el diario La Prensa en una breve nota la ordenanza municipal que habilitó a barrer en los primeros meses de 1978 con las 7 manzanas en las que vivían 2 mil familias de la villa Bajo Belgrano, otrora hogar del campeón Houseman.

Con eufemismos como “afectar al desarrollo urbanístico” y “dejarlo sujeto a renovación urbana”, las ordenanzas de Cacciatore y Del Cioppo avanzaban hacia el objetivo cívico-dictatorial de generar “las condiciones para que, mediante la iniciativa comercial y privada, se prepare un desarrollo urbanístico de ese sector de acuerdo con las características de la zona”.

Fue así como el Plan Erradicador continuó con sus topadoras por la villa 30 de Colegiales y la 40, ubicada en Avenida Córdoba y Jean Jaurés. Konfino, en Patria Villera, destaca que la 40 fue la primera en ser erradicada, en agosto de 1977, ya que allí vivían sólo 95 personas, y los terrenos dieron frutos rápidamente para los socios tácitos de la dictadura.

En tanto, en la villa 30 de Colegiales, otra de las que fue erradicada en su totalidad en la previa del Mundial 78, las botas expulsaron a 2931 personas. El antiguo barrio ubicado en la intersección de las calles Álvarez Thomas y Matienzo en la actualidad es ocupado por un centro de transferencia de la Coordinación Ecológica Área Metropolitana Sociedad Del Estado (Ceamse); allí se descarga parte de la basura de la Ciudad.

Del Sheraton al pantano

La Villa 31 del barrio de Retiro fue el próximo paso del Plan de Erradicación. El barrio ocupaba 32 hectáreas en 1976 y albergaba a 6 mil familias, según los datos oficiales del CMV. Ubicado en los terrenos linderos a la estación del tren Mitre, donde aún hoy permanece, en él vivían 24 mil personas que podían ver desde sus casillas el hotel internacional Sheraton. Pero para 1978, cuando el edificio de cinco estrellas alojó a los jugadores holandeses para la final de la Copa del Mundo, en la 31 el plan erradicador avanzaba sin cesar, a cargo del comisario inspector Osvaldo Salvador Lotito. Konfino reseña en Patria Villera cómo Lotito describía su tarea: “Siempre que se opera hay sangre”.

Las cifras oficiales del CMV señalan que para diciembre de 1978 quedaron sólo 2 mil personas en la 31. Tamaño plan de expulsión no fue denunciado por los diarios nacionales, más que para despreciar la “presencia (de desplazados) en una u otra jurisdicción, rellanándolos de estigmas”, describe Konfino. Sin embargo, una vez concluído el Mundial 78, el 28 de junio, a tres días de los festejos, el Diario Popular publicaba una nota bajo el título: “Viven en un pantano”. El pantano estaba lejos de la Capital Federal, en La Matanza, donde unas improvisadas viviendas de chapa habían avanzado sobre la canchita de fútbol de la villa Perito Moreno. El artículo reflejaba en primera persona el Plan Erradicador.

“Tengo dos hijos y mi esposo es inválido. (...) Una mañana nos desarmaron la casa que teníamos en Retiro, cargaron todo en los camiones de la basura y nos trajeron acá”, relataba Margarita Miranda al diario, y decía que llevaba menos de un mes entre el barro de La Matanza. La mujer se habría perdido en plena mudanza el mal debut de Houseman.

“Con mazas y fierros, tiraron abajo nuestra vivienda, sin dejar nada en pie. Nos trajeron aquí, volcaron las cosas en el piso y se fueron, después de prevenirnos que si hacíamos lío o nos quejábamos nos iban a llevar presos”, relataba otra de ellas. Junto a las pertenencias, la dictadura les tiraba a los expulsados una asistencia económica que no alcanzaba ni para la primera cuota de un lote ni para instalar una bomba de agua.

Los jugadores de Holanda relataron, tras la derrota, ver los festejos de los hinchas argentinos en las calles desde la ventanas del Sheraton. La crónica del Diario Popular, publicada tres días después, ofrece otra pintura de lo que ocurría frente al hotel de cinco estrellas: “En la villa de Retiro, donde se concentra ahora el operativo de desalojos, pueden verse amplias extensiones de terreno cubiertas por escombros de lo que fueron viviendas de familias trasladadas”.

Ciudad Oculta

Lejos de las luces del centro, casi sobre la frontera elegida por Cacciatore, la villa 15 creció desde fines de la década del 40 hasta ocupar en 1976 casi cuatro manzanas. Su ubicación entre los barrios de Lugano y Mataderos no representaba un problema para “la imagen del país” buscada por la dictadura, cuya “principal preocupación era mostrar toda la zona norte de la ciudad libre de estas islas de población de sectores populares”, sostiene Barrios.

Sin embargo, el barrio mantenía una ubicación peligrosa para el objetivo de los militares: la avenida Del Trabajo era uno de los caminos para las autoridades extranjeras, seleccionados y turistas que se trasladaran desde el Aeropuerto Internacional de Ezeiza al centro de la ciudad.

“Lo que hace la dictadura es construir un muro que le permite tapar la villa, escondiendo aquello que todavía no había logrado erradicar. El muro explica la impotencia de no haber llegado a las villas del sur porque definitivamente los planes para el sur estaban en otra prioridad en el tiempo”, analiza la investigadora del Instituto de la Espacialidad Humana (FADU-UBA).

El muro que aún puede verse sobre la avenida renombrada Eva Perón es una marca histórica presente para los vecinos del barrio sobre aquellos años de terror. El Plan Erradicar fue una marca para todos los habitantes de las villas porteñas, que contaron con la valiente resistencia del Equipo de Pastoral de Villas de Emergencia; y una práctica que la dictadura extendió a otros puntos del país, como a Rosario, provincia de Santa Fe, cuyo barrio Las Flores fue nutrido por camiones de familias pobres traídas desde el centro de la ciudad, donde la Argentina jugó la segunda fase del Mundial.

“El ‘78 no me gusta recordarlo por lo que pasaba en el país. Si hubiera sabido lo que ocurría, habría renunciado a la Selección”, lamentaba René, cruzado por sus recuerdos de campeón y de villero erradicado.