A César Luis Menotti no le gusta hablar del Mundial 78.
Puede pasar horas debatiendo sobre fútbol, disfruta al contar anécdotas de su paso por el Barcelona o de su relación con Diego Maradona. Se apasiona cuando analiza el juego, pone énfasis en los diferentes estilos que conducen al resultado deportivo. Pero cuando el tema es el Mundial 78 sus respuestas se acortan. Sobrevuela una mezcla de fastidio y desgano. Al igual que sus dirigidos, el entrenador siente que el logro no fue valorado como merecían. El motivo es evidente: el combo de aquella conquista incluye la sombra ineludible de la dictadura militar.
—¿Qué es lo primero que se le viene a la cabeza cuando recuerda el Mundial?
—El recuerdo es de felicidad por haber cumplido con la palabra empeñada que estaba por encima de cualquier resultado. Y de haber tenido la oportunidad de ganar un Mundial acá. Siento que hice lo que tenía que hacer. Mucha gente había confiado en nosotros y por ellos, por los jugadores, teníamos que jugar y tratar de ganar el Mundial. Y no es lo mismo ganar en tu casa, eh. Es como la camiseta de Boca. Es mucho más difícil jugar con la camiseta de Boca en la cancha de Boca que en la de Rosario Central. Es muy difícil. A los candidatos les cuesta mucho más. Italia no ganó cuando organizó el Mundial, España no ganó, Alemania no ganó, Brasil no ganó...
Menotti dice que hizo lo que tenía que hacer. Hay una fecha clave en su postura: el 24 de marzo de 1976. Al mismo tiempo que se concretaba el golpe de Estado y la dictadura militar irrumpía en el poder, la selección le ganaba 2-1 a Polonia en Chorzow. Ese día, la Junta Militar permitió que la televisión transmitiera sólo dos cosas: los comunicados oficiales y el amistoso de la Argentina.
Fue el relator José María Muñoz quien le comunicó la noticia al plantel. Si bien las repercusiones fueron difusas, ni los jugadores ni el cuerpo técnico evaluaron la posibilidad de suspender el partido. Al volver de la gira, Menotti fue a la AFA con la idea de presentar su renuncia. Allí lo esperaba el presidente de la entidad, Alfredo Cantilo. “Mire, César, lo único serio que hay en la AFA es esta carpeta que preparó usted”, lo frenó.
El DT subraya que llegó a la Selección (en 1974) durante el peronismo y que Cantilo no fue un interventor designado por el Gobierno sino que contó con el aval de todos los clubes del fútbol argentino. Desde esas bases, Cantilo se comprometió a respetar el proyecto que había presentado Menotti. Y el Flaco se comprometió a seguir en su cargo.
—¿Qué era lo mejor que tenía ese equipo?
—El juego. Todos tenían buen pie, todos. Olguín podía jugar de 9; Galván ni te cuento, en la final sale gambeteando de adentro del área. Passarella lo mismo... Tarantini. Ardiles era un futbolista excepcional. Y además tenía mucho tiempo de laburo. Teníamos una manera de recuperar la pelota impresionante, con dos tipos que fueron muy importantes como Ortiz y Bertoni que ayudaban achicando los espacios. Era un equipo invencible. La potencia de Kempes, los wines que desbordaban como querían para un 9 que era un goleador fenomenal. Yo tenía una confianza bárbara en el equipo. Mis amigos me decían: “¿Vos estás seguro?”. Jugábamos bien. Y es muy difícil jugar acá.
A Menotti nadie tenía que enseñarle de qué se trataba la política. La conocía desde chiquito. A los 10 años vivió en carne propia la interna del peronismo. Sabía que cuando su padre entraba a su casa y prendía la luz debía tirarse al piso. Por las dudas. “Balearon dos veces mi casa. Era casi una Unidad Básica. Mi padre militaba en el peronismo y era un defensor a ultranza de Perón; mi madre, en cambio, odiaba a Perón y defendía a Evita”, recuerda.
Ya de adolescente y tras la muerte de su padre, el Flaco salía por las calles de Rosario a pintar “Perón Vuelve” en paredes y camiones. Pero después de largos debates con sus amigos acerca del exilio del General decidió cambiar de rumbo y afiliarse al Partido Comunista.
Esta formación hizo que el DT estuviera al tanto de la realidad que vivía la Argentina durante la dictadura, aunque aclara: “Sabía que había detenidos y presos políticos. Es más, me he comprometido y ayudé en muchas cosas que nunca salieron a la luz ni me interesa decirlas. Lo que no imaginaba es, por ejemplo, que tiraban gente de los aviones o tantas otras atrocidades que se fueron conociendo después, pasado el tiempo”.
—¿Cree que el campeonato no fue valorado como merecían?
—No, seguro que no. Fue una infamia. Una miserable infamia de los que después se hicieron los revolucionarios y durante el Mundial 78 transmitían los partidos con Videla en los oídos. Una vergüenza. Realmente es una vergüenza no reconocer todo lo que hicieron esos jugadores, que jugaron gratis toda la vida, que nunca cobraron un premio. Le donamos un millón trescientos mil dólares a la AFA por un amistoso que organizamos nosotros porque no lo querían ni hacer porque decían que daba pérdidas. Y con esa plata hicieron el predio que está en Ezeiza.
Antes de saltar a la cancha, el Flaco juntaba a sus jugadores en el vestuario y les decía las mismas palabras: “Salgan y miren a la gente. Jueguen por ellos. Ahí están, ellos son”. Ahí estaban sus familiares, ahí estaban sus amigos. Ahí había mucha gente a la espera de una alegría. Menotti siente que ése es el concepto que resume el rol de la selección durante el Mundial. Jugaban para la gente. Y para nadie más.
Asegura que sólo una vez vio a Videla durante la Copa. “Vino a la concentración en helicóptero, pasó a saludar y se fue”. En contrapartida, saca pecho de haber llevado al Flaco Spinetta a cantar para los jugadores una semana antes de que arrancara el torneo. O de haber ayudado a salir de la cárcel de Devoto a una presa política y darle asilo en su casa durante un mes.
—¿Cómo se vivía esa necesidad de darle una alegría a la gente?
—Era una cosa de locos. Venían a la concentración de todos lados, con los nenitos, se ponían adelante del colectivo. Los jugadores se miraban como diciendo “dónde nos metimos”. Es bravo, había una necesidad... Así como dicen algunos imbéciles que nosotros le hicimos un favor a la dictadura yo les podría decir, y sería más imbécil que ellos, que también les metimos tres millones de personas en la calle cuando no podía haber más de tres. Venían los camiones con las banderas y arrasaban con la Prefectura y con todo lo que se les pusiera adelante. Ahí se acababa la custodia, la organización, todo.