Si la conquista en México 1986 tiene como ícono indiscutible a Diego Armando Maradona, la del 78 elevó a Mario Alberto Kempes como a ningún otro de sus compañeros. Los brazos en alto del Matador, la melena al viento para meterse entre tres holandeses, tocar la pelota con la punta del botín y desatar el festejo. Su impronta goleadora para aparecer en el lugar indicado y en el momento justo.

Kempes recuerda esos días con orgullo, aunque enseguida aparecen en su cabeza sensaciones encontradas. “No somos respetados. Lo que nosotros hicimos no era para los políticos que estaban sentados en el palco, lo hicimos por el fútbol argentino y por la gente. No sabíamos lo que estaba pasando”, subraya.

La voz del goleador del Mundial 78 es la de un grupo de jugadores que se siente menospreciado. Olvidado. Convive con la impresión de que la estrella conseguida en México 86 brilla más que la de Argentina 78. Repite a coro que tenían un objetivo único: “Darle una alegría a la gente”, y que no estaban al tanto de la gravedad de los hechos que ocurrían en el país, a pocos metros del estadio Monumental donde el Matador se estaba convirtiendo en héroe.

Mario Alberto Kempes en acción ante Holanda en la final del Mundial 78.

Para tomar dimensión de la realidad del fútbol argentino de aquellos tiempos y de la importancia de Kempes alcanza con recordar que el delantero fue el único jugador de los 22 del plantel nacional que jugaba en el exterior. Con 23 años, el cordobés ya brillaba en el Valencia de España y terminaría siendo uno de los máximos ídolos de la historia del club. El resto de sus compañeros de Selección jugaba en el torneo argentino.

Mario Kempes en la charla con Papelitos.

En el Mundial, Kempes fue de menor a mayor: no convirtió goles en la primera fase, pero su huella quedaría grabada en los tres choques decisivos. Con dos gritos ante Polonia, dos en la recordada goleada 6-0 contra Perú y otros dos en la final frente a Holanda finalizó como goleador del certamen y fue el elegido el mejor jugador del torneo. Cuando le preguntan qué es lo primero que recuerda de ese entonces, no lo duda. “La cara de la gente. Eso me quedó grabado, eso es lo que me llevo. No tengo medalla, ni una foto con la Copa del Mundo. Pero ver a la gente festejar como festejó es imborrable”.

Por eso el contraste es tan grande. Por eso también es inevitable que el logro deportivo incluya una sombra no deseada por los jugadores.

Tenemos la gran mochila de la dictadura —insiste Kempes—. Se comentó tantas veces que hemos jugado para la dictadura en lugar de para el fútbol argentino que se ha hecho como un grano que no podemos reventar. Y eso es una mentira pura y dura que tenemos que pagar los que hicimos que el fútbol argentino consiguiera su primera estrella”.

—¿Qué siente un campeón del mundo cuando sobrevuela la sensación de que la conquista estuvo arreglada para beneficiar a la dictadura?
—Da bronca. Hablaron del partido con Perú, de los barcos de trigo, que la Junta Militar entró al vestuario... todas mentiras. Si en ese momento le hubiéramos tenido que hacer 10, le habríamos hecho 15. La diferencia era grande. Tampoco tenemos la culpa de que Brasil haya pegado treinta tiros en el palo contra los polacos. ¿O también nos van a echar la culpa de eso?