Después de estar detenido, sin explicación alguna ni orden de juez, en varios centros clandestinos y una cárcel, de soportar golpes e insultos, de sobrevivir a un vuelo de la muerte, el Premio Nóbel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel pudo ver la final del Mundial de Fútbol de 1978 en su casa. Su esposa compró una televisión para la ocasión. Chiquita, blanco y negro.

Para cuando la Junta Militar integrada por Jorge Videla, Eduardo Massera y Orlando Agosti echó de la presidencia a Estela Martínez de Perón, el 24 de marzo de 1976, Pérez Esquivel ya se encontraba trabajando por la paz y la no violencia en América latina desde el Servicio Paz y Justicia, un organismo de derechos humanos de acción continental que él ayudó a fundar en la Argentina y desde donde trabajó para denunciar en el resto del mundo las violaciones a los derechos humanos de la dictadura, además de brindar apoyo a las familias de los militantes secuestrados en los ‘70 y de los presos políticos de todas las épocas.

Durante 14 meses entre 1977 y 1978 fue uno de ellos. La dictadura lo detuvo en abril de 1977 en el Departamento Central de la Policía Federal. Había ido a renovar su pasaporte y no lo dejaron ir. Ante la Justicia, y más de 30 años después, Pérez Esquivel relacionó su secuestro con su activismo en el Serpaj: “Tuvo que ver con las actividades que realizábamos a nivel continental en favor del respeto a los derechos humanos en nuestro país. Veníamos trabajando sobre la situación latinoamericana. El caso argentino no es un hecho aislado, responde a la política de la Doctrina de Seguridad Nacional impuesta en todo el continente”, señaló en el marco del juicio por los delitos de lesa humanidad cometidos en la Unidad Penal 9 de La Plata, donde pasó sus últimos días como preso político del terrorismo de Estado.

Antes de llegar a esa cárcel, permaneció secuestrado en otros centros clandestinos de detención. No bien detenido fue trasladado a la Superintendencia de Seguridad Federal, donde durante la dictadura funcionó el centro clandestino conocido como “Coordinación Federal. Allí fue encerrado en un calabozo “muy pequeño, oscuro, maloliente, sucio” que tenía sus paredes escritas con nombres de personas y de clubes de fútbol. De Coordinación se lo llevaron en mayo. No olvidará jamás que lo trasladaron hasta el aeródromo de San Justo y lo subieron a un avión que sobrevoló el Río de la Plata durante al menos dos horas. “Veo las luces de Colonia, de Montevideo, de La Plata; es decir, el avión da vueltas. Pregunto qué va a pasar conmigo porque sabía que arrojaban los prisioneros de los aviones. Nadie me contesta y, después de mucho tiempo, el piloto llama al oficial y le dice: ‘Tengo orden de llevar al detenido a El Palomar’, la base aérea de Morón”, recordó en su testimonio ante el Tribunal Oral Federal de La Plata. A las horas, terminó en la U9.

Un año pasó prisionero en la cárcel platense, donde por supuesto no era el único detenido político. Estuvo encerrado en la celda 14. El documentalista Miguel Mirra lo grabó al Nóbel de la Paz en una recorrida por ese penal. “En este pasillo nos paraban, nos tiraban al suelo y nos golpeaban”, señaló mientras la cámara lo acompañaba. “En el baño, bajo la ducha de agua fría, nos hacían pasar el jabón amarillo para sacar las marcas de las torturas”, recordó. También describió los maltratos ante la Justicia: “Ahí pasó de todo, desde una presión psicológica muy fuerte, hasta las requisas, en las que la guardia golpeaba las celdas, nos hacía desnudar, poner las manos contra la pared, las piernas abiertas, revolvían las celdas y tiraban todo lo que había.”

Estando preso, Pérez Esquivel recibió el Premio Memorial de Paz Juan XXIII otorgado por la Pax Christi International. No era un desconocido en la Argentina, tampoco a nivel internacional. Según su opinión, fue justamente la presión internacional la que obligó a la dictadura a liberarlo. “Se acercaron muchos periodistas de distintos países” para cubrir el campeonato de fútbol, recordó el activista. “Ellos cubrían el Mundial pero también la situación de los derechos humanos (en el país) y lo que había pasado conmigo”, puntualizó.

La presión de algunos representantes de la prensa internacional no sólo apuntó al Penal 9 de La Plata. Pérez Esquivel y los presos políticos de allí supieron que a varios prisioneros de otras cárceles y centros clandestinos los habían sacado de donde estaban y trasladado a otros sitios “para que los periodistas no los vieran o hablaran con ellos, si llegaban a pedir visitar” esos espacios. “Y los amenazaban con que si pasaba algo los mataban directamente”, apuntó el Premio Nóbel de la Paz. La Unidad Penal número 9 fue uno de los destinos de los conocidos “rehenes del Mundial”.

Aunque continuó, luego, durante 14 meses bajo libertad vigilada, el encierro de Pérez Esquivel en esa cárcel terminó dos días antes de la final del Mundial de Fútbol de 1978, un evento que, recordó, unió en la cárcel a “torturadores y torturados”.

“En la cárcel pasaban algunos partidos por los parlantes, más que por los presos, por los guardias, que si no se quedaban sin ver los partidos”, contó en una entrevista ofrecida a Memoria Abierta en relación a cómo se vivió el Mundial dentro de la cárcel. Continuó: “Lo impresionante era ver gritar juntos a torturadores y torturados, mirarse con alegría con cada gol de la Argentina. No interesaba en ese momento lo que estaba pasando. El fútbol borraba todo”. Uno de los detalles “más duros” que recuerda de entonces es la voz de José María Muñoz, el relator oficial de los partidos “que cada tanto decía ‘los argentinos somos derechos y humanos’. Era una cosa casi surrealista”, aseguró el referente del Serpaj.

El 24 de junio de 1978 Pérez Esquivel fue sacado de su celda y llevado hasta la oficina del jefe del penal, Abel Dupuy, donde le comunicaron que quedaba en libertad vigilada. Permaneció 14 meses así, sin poder casi salir de su casa. En un Falcon verde, el represor Raúl Guglielminetti lo trasladó desde la cárcel hasta su casa. Pérez Esquivel viajó en el asiento de atrás, donde Guglielminetti guardaba su arma.

En su casa lo recibió su compañera Amanda Guerreño. Faltaban dos días para la final del Mundial, que jugarían Argentina y Holanda. Adolfo y Amanda vieron el partido en un televisor chiquito, blanco y negro, que ella fue a comprar para la ocasión, una vez que él fue liberado. “Era un Phillips. Todavía lo tengo en una estantería”, aseguró el Nóbel de la Paz.