Entre 1976 y 1983 la producción cinematográfica argentina disminuyó de forma considerable, en comparación con el auge de años anteriores. No era para menos: se estaba llevando a cabo un Proceso de Reorganización Nacional, eufemismo para la dictadura más sangrienta que azotó el país. Lamentablemente la mengua no fue sólo cuantitativa sino también cualitativa, lo que transformó a este período en el más nefasto de toda la historia de nuestro cine, una etapa que dejó pocas y malas películas, muchas de ellas panfletarias y llenas de mensajes antisubversivos.  

El cine, como el resto de las artes, sufrió la celosa censura del Ente de Calificación Cinematográfica a cargo del censurador Miguel Paulino Tato, personaje tristemente célebre en quien la banda Sui Generis se inspiró para componer la canción “Las increíbles aventuras del Señor Tijeras”. Tato decidía qué podía mostrarse en los cines y qué no, bajo un criterio de regulación estético-ideológico.

A partir de abril de 1976, según el interventor del Instituto Nacional de Cinematografía (INC), el capitán de fragata Jorge Enrique Bitelson, se informó que sólo recibirían subvención del Estado aquellos proyectos que “exalten valores espirituales, morales, cristianos e históricos o actuales de la nacionalidad, o que afirmen los conceptos de la familia, de orden, de respeto, de trabajo, de esfuerzo fecundo y de responsabilidad social; buscando crear una actitud popular optimista en el futuro”; y sería prohibida la exhibición de la películas que “carecen totalmente de valores artísticos o de entretenimiento o que atenten contra los propósitos de reintegrar y revitalizar nuestra comunidad, ofendiendo los sentimientos mayoritarios de sus habitantes y sus nucleamientos”.

Era de esperarse entonces, como dice Fernando Varea en su libro El cine argentino durante la dictadura militar (2006), que las ficciones políticas y dramáticas que se rodaron a partir de marzo de 1976 fueran “escasas, estéticamente pobres y temáticamente limitadas por la censura y la autocensura”. Sigue: “La euforia política que había caracterizado a la sociedad argentina hasta días antes del golpe militar, en el cine se esfumó de pronto”.

En este contexto sociocultural algunos directores optaron por el exilio; otros —como Raymundo Gleyzer, director del clásico de culto Los traidores (1973)— fueron desaparecidos por la dictadura; y unos cuantos encontraron en estos años de plomo, y con el beneplácito del gobierno de facto, el cobijo ideal para llevar adelante su cine mediocre y propagandístico, como Emilio Vieyra con Comandos azules (1979) y Comandos azules en acción (1980), o Ramón “Palito” Ortega, quien con su productora cinematográfica Chango Producciones —creada en el año del golpe de Estado y que funcionó casi exclusivamente durante la dictadura— produjo, dirigió y protagonizó, junto a su actor fetiche Carlitos Balá, películas que más que cine eran propaganda descarada de las Fuerzas Armadas, como las nefastas Dos Locos del aire (1976) o Brigada en acción (1977).

El fútbol, entre la comedia y la propaganda

Queda claro que en períodos convulsos es más sencillo hacer películas de humor antes que films dramáticos. Un año antes del último golpe de Estado sufrido por la Argentina se estrenaba una película dirigida por Enrique Dawi con el premonitorio título Los chiflados dan el golpe, un institucional de la Armada disfrazado de comedia familiar que utiliza como una de sus locaciones principales a la Escuela de Mecánica de la Armada, lugar que en poco tiempo se convertiría en el centro de detención clandestina más grande del país.

Un alto porcentaje del cine nacional producido entre 1976 y 1983 —una quinta parte, según Varea— fue de películas cómicas, chabacanas, de humor picaresco y escenas de sexo soft, algunas de ellas con fuerte contenido propagandístico.

En esta etapa se estrenaron tres películas relacionadas con el fútbol, aprovechando el envión del Mundial y la popularidad de este deporte en nuestro país. Todas utilizaron al género comedia como basamento: La fiesta de todos (Sergio Renán, 1979), que mezcla el documental deportivo clásico con sketchs humorísticos televisivos; y Hay que parar la delantera (1977) y Encuentros cercanos con mujeres de cualquier tipo (1978), cine de ficción cómico para adultos, con el fútbol como excusa para contar historias simples que pretendían ser divertidas, y de paso adoctrinar a los espectadores.

Hay que parar la delantera, producida y dirigida por Rafael Cohen y basada en una idea original de los periodistas Mario Mactas y Carlos Ulanovsky, cuenta la historia de un grupo de cinco agentes secretas extranjeras, espías mujeres —bellas, letales, las clásicas femme fatal— que intentarán impedir la victoria de la selección argentina de fútbol con artimañas, trampas y actos subversivos, debilitando sus mentes y saboteando sus cuerpos. La líder de estas agentes extranjeras es Bulba Taras —en clara alusión al cosaco protagonista de Tarás Bulba, novela histórica del escritor ruso Nicolái Gógol enmarcada dentro del nacionalismo romántico—, una villana descrita como mujer apátrida, mercenaria y frígida.

No es casualidad que dos de las antagonistas del film sean periodistas europeas, si se tiene en cuenta que el gobierno de Videla veía con malos ojos a los extranjeros, especialmente a los periodistas, y se preparaba para una campaña que buscaba limpiar la imagen del país ante los rumores de lesiones a los derechos humanos. En este contexto se estrenaron películas con sugestivos títulos, como Las turistas quieren guerra (1977), de Enrique Cahen Salaberry, protagonizadas por la dupla cómica formada por Alberto Olmedo y Jorge Porcel.

Empujado por el furor popular a propósito del Mundial, el 24 de mayo de 1978 se reestrenó en Buenos Aires Pelota de trapo (1948), clásica película futbolera dirigida por Leopoldo Torres Ríos; y una vez finalizado el campeonato se estrenó Encuentros cercanos con mujeres de cualquier tipo (1978), escrita y dirigida por Hugo Moser, y rodada durante junio y agosto del mismo año.

La película protagonizada por Olmedo y Porcel comienza con imágenes de hinchas argentinos que ingresan al estadio Monumental mientras la voz en Off de un locutor dice: “El campeonato mundial de fútbol se acerca a su culminación. Dentro de algunos minutos aquí en River Plate jugarán Italia y Holanda. El ganador deberá enfrentar el próximo domingo a la Argentina, si esta noche queda clasificada en Rosario luego de su partido con Perú. Pero Argentina ya ganó el Mundial, lo ganó con el ejemplo de 25 millones de argentinos, un pueblo joven y feliz, dueño de su destino, un país unido y respetuoso, un orgulloso modo de vivir, que quienes lo atacaron sin conocerlo deberán aceptar ahora con admiración. La Argentina vive con humildad este gran momento de euforia, con la humildad de los pueblos grandes.”

A pesar de que la trama de Encuentros cercanos con mujeres de cualquier tipo no abunda en mensajes en contra de lo que los dictadores llamaban “subversión” y a favor del gobierno de facto como sí lo hacen las producidas por Palito Ortega o la panfletaria La fiesta de todos, la insistencia con la imagen de una Argentina sin violencia donde todo era alegría y fraternidad entre sus ciudadanos “derechos y humanos” se intuye con claridad tanto en el discurso de la primera escena como en los diálogos del personaje femenino que representa a una argentina radicada en Europa y que pretende escribir un libro en contra de los hombres y el fútbol, y también en el clímax del relato, que contiene escenas de ficción mezcladas con imágenes documentales del Mundial, con un Jorge Porcel diciéndole a su compañero: “Mirá la tribuna, el país, ¡viva! (...) Nunca me imaginé que iba a ver este espectáculo en mi vida. Mirá, Alberto, si me dan ganas de llorar... ¿qué querés que te diga? ¡Qué país tenemos, Alberto!”; a lo que Olmedo le responde emocionado: “¡Maravilloso!”.

Se sabe de la existencia de otros proyectos cinematográficos relacionados con el Mundial, como las películas Yo soy el gol (Adelqui Pellegrino) y Vamos, vamos Argentina (Carlos Goransky), proyectos que por razones desconocidas nunca llegaron a estrenarse y de los que ni siquiera se tiene registro de rodaje concluido.

Fueron entonces estas tres películas (Hay que parar la delantera, Encuentros cercanos con mujeres de cualquier tipo y La fiesta de todos) las encargadas de divertir y adoctrinar, con diferentes niveles de responsabilidad, a las familias argentinas en tiempo de dictadura, a través del humor y la pasión por el fútbol.