Jorge “Lobo” Carrascosa renunció a la gloria. Era el hombre destinado a levantar la Copa del Mundo que finalmente se alzó en manos de Daniel Passarella. Era el capitán del ciclo que comandó César Luis Menotti y uno de los preferidos del entrenador, con quien llevaba una relación fluida también fuera de la cancha. Cuentan que la noche anterior a entregar la lista definitiva, Menotti llamó a Carrascosa para ver si algo había hecho cambiar la decisión que ya conocía. Una voz serena le devolvió el mismo “no, gracias”. Y allí empezó una nueva historia, la que engloba las razones. Que no fue una sino varias.
Jorge Carrascosa tenía 31 años y dos más de contrato en Huracán cuando tomó la decisión de dejar el fútbol. Su último partido fue el 2 de diciembre de 1979 y por ese entonces la idea de despegar los pies de un ambiente en el que no se movía cómodo llevaba varios años en su cabeza. Tanto que lo había hecho renunciar al Mundial de 1978, en el que la Argentina consiguió su primer título.
El zurdo que brilló en Banfield (debutó en 1967 y jugó tres años), en Rosario Central (ganó el Nacional 1971) y en Huracán (campeón en el recordado equipo de 1973) ya había jugado la Copa del Mundo de Alemania en 1974. Y fue allí donde empezó a correr por su cabeza la posibilidad de colgar los botines.
En el último encuentro de la primera fase, Argentina —dirigida por Vladislao Cap— necesitaba vencer a Haití por tres goles y esperar que Polonia le ganara a Italia. La primera parte corría por cuenta propia y se consiguió con un cómodo 4-1. La segunda también se logró, aunque antes el plantel nacional ofreció 25 mil dólares para incentivar a los polacos, que terminaron eliminando a Italia al vencerla 2-1.
Carrascosa marcó la cancha. Se diferenció de sus compañeros y repudió lo ocurrido. “Yo debo rendir al máximo sin que me des a cambio nada, lo único que hace es desvirtuar la esencia del deporte. Uno debe distinguir las cosas que están bien y las que están mal”, dijo tiempo después.
Lo que en el mundo del fútbol formaba parte del combo, para Carrascosa funcionaba como un atajo que no quería tomar.
A ese caso se le sumaron otros menos puntuales. La droga para mejorar el rendimiento deportivo, los sobornos a los árbitros y los arreglos de partidos hicieron que el defensor nacido el 8 de agosto de 1948 en Banfield empezara a ver como su balanza se inclinaba hacia el lado de parar la pelota.
La dictadura militar que dominaba la vida política y social en Argentina terminó de diseñar el contexto del que Carrascosa no quería formar parte.
“El mundo del fútbol, donde yo estaba, no era el mejor de los mundos. Me empecé a sentir mal en el medio. Cuando vi el tema del incentivo, de la droga... Sucede que uno está en una sociedad donde uno vale por lo que gana y no por lo que realmente es. Y fuera del fútbol la cosa es igual, superficial…”, relata Carrascosa.
Con el tiempo, se encargó de no dejar títulos contundentes sobre su renuncia. Salió del ruido y eligió no volver a entrar. No dirá nunca que decidió bajarse del Mundial 78 por la dictadura. Tampoco lo negará.