Sergio “Tata” López tiene que remolcar un auto en Villa Urquiza. Debe llevarlo hasta San Martín donde está su taller. Ahí lo espera una tapa de cilindro con la que está lidiando hace varios días. Tiene más de 50 años, pero dice que es un Fulbipibe.
Marcelo Ferreyra viaja a Barcelona. Hace rato que su cabeza carece de pelo, pero en su valija lleva una peluca morocha que roza sus hombros. Camiseta del Barcelona, pantaloncito, medias, botines y pelota. Llega a La Rambla y arranca con su trabajo.
Marcelo tiene un récord nacional: pasó 20 horas, 5 minutos y 50 segundos haciendo jueguitos sin que se le cayera la pelota en el club Acassuso de San Isidro.
Marcelo y Sergio son dos de los Fulbipibes. Lo dicen con orgullo. La etiqueta no venció con el paso del tiempo. Hablan en presente de aquel grupo de chicos que saltó a la fama en los años ‘70 por su habilidad y técnica en el manejo de la pelota.
Tenían entre 10 y 15 años cuando fueron contratados por Coca-Cola y empezaron a recorrer el país. “Abrían un kiosquito en Jujuy, en medio de la montaña, y nos llevaban a hacer jueguitos. En la Pampa, en La Rioja, en Córdoba... Hemos ido a cualquier lado”, recuerda Tata.
Hacían malabares en el prime-time de los programas de televisión más exitosos, sus firuletes aparecían en las tapitas de Coca-Cola, soñaban con jugar en Primera, aunque debieron conformarse con entretener a la multitud en los entretiempos de los partidos del Mundial de Fútbol de 1978.
La historia de los Fulbipibes es cinematográfica.
La primera escena se monta en un potrero de Billinghurst, General San Martín. Un espacio dominado por “los grandes” cuando el clima acompañaba y usurpado por los pibes cuando la lluvia lo transformaba en un chiquero. “La pelota no se podía ni patear, con tanto barro se ponía durísima. Tampoco podíamos dar pases porque no le llegaba al compañero. Entonces teníamos que levantarla y jugar en el aire”, relata Tata.
Como toda buena historia hay un protagonista vital que apareció en el lugar justo y en el momento indicado. “Un día estábamos jugando un picado y, como siempre, estaba todo embarrado, era un pisadero. Pero ya la teníamos clarísima: levantábamos la pelota, pim, unos jueguitos, pam, la dominabamos con la cabeza, con la rodilla, pum, cambio de frente... Y pasó por ahí un directivo de Coca-Cola”, relata Ferreyra.
El hombre que ahora imita a Lionel Messi en La Rambla de Barcelona hace la pausa para dar lugar al clímax. “Era un estadounidense. Un directivo de Coca-Cola... la fábrica estaba ahí cerquita. Entonces el tipo hizo frenar el auto y se puso a mirar cómo jugábamos”.
Días más tarde, el padre de Marcelo, el padre de Tata y algunos adultos responsables más pusieron la firma en el contrato que indicaba que los pibes se convertían en Fulbipibes.
Desde ese momento la infancia de potrero mutó. Pasaron a ser famosos casi sin darse cuenta. Recorrieron los programas de televisión, participaron de campañas publicitarias, se codearon con sus ídolos futbolísticos, recibieron gaseosas, botines, camisetas y camisetas. Aunque los billetes grandes quedaban en manos de empresarios.
El Mundial 78 fue el escenario ideal para exprimir a los Fulbipibes. “Estábamos ahí adentro, en los vestuarios. Vivimos toda la intimidad. ¿Sabés lo que era hacer jueguitos para 60 mil personas? ¿Sabés lo que era llevar la pelota en el aire desde el túnel de la cancha de River hasta el círculo central y darle todo el entretiempo? Eramos pibitos de 12 años, eh”, destaca Tata.
En los ‘80 el éxito se extendió y hasta fueron nombrados embajadores de Unicef en Italia por difundir un mensaje de “fútbol sin violencia”. Viajaron a recibir el premio y, de yapa, jugaron un partido a beneficio junto a Diego Maradona, por ese entonces figura máxima del Napoli.
Cuando la llama se fue apagando, cada cual intentó seguir su camino en el fútbol grande. Pero ninguno logró trascender la etiqueta de los Fulbipibes.
El Corralito se quedó con los ahorros de Ferreyra. El Tata López armó escuelitas de fútbol orientadas en “habilidades”, pero ahora pasa la mayor parte del día en el taller mecánico de San Martín.
Ya pasó el tiempo del firulete, aunque ellos seguirán siendo los Fulbipibes.