Ahí está Luis. Sentado en una mesa de la casa panameña que compartía con su compañera y sus hijos, ensobra panfleto tras panfleto, escribe domicilios argentinos de personas que no conoce, alista esas cartas que luego despachará en diferentes oficinas del correo local. Durante el Mundial de Fútbol de 1978, desde su exilio, el periodista Luis Bruschtein envió centenares de cartas con panfletos con los que la organización Montoneros, de la que aún formaba parte, denunció los crímenes que estaba cometiendo la dictadura de Jorge Rafael Videla, Emilio Massera y Orlando Agosti en la Argentina, su tierra. “A los compañeros que estábamos exiliados nos interesaba mucho generar hechos que tuvieran repercusión dentro del país. Siempre de alguna manera estábamos imaginando cosas que pudieran llegar al interior” de la Argentina, recuerda.
Luis recuerda que su carrera como periodista comenzó allá por el año 1972, algunos años después de comenzar a militar en política. La persecución de la Triple A, el grupo parapolicial de extrema derecha que ejecutó la cacería de militantes de tendencia de izquierda que sirvió de preámbulo del terrorismo de Estado dictatorial, cayó sobre él y toda su familia, y en 1975 debió partir hacia el exilio. Entonces, ya integraba la estructura de Montoneros.
Venezuela fue el primer destino de ese exilio. Luego se estableció en México, con su compañera e hijos. Allí supo del secuestro y la desaparición de su papá, Santiago Bruschtein, y de sus tres hermanos, Aída “Noni” Bruschtein, Irene Bruschtein y Víctor Bruschtein. Su mamá, la Madre de Plaza de Mayo Laura Bonaparte, también se instaló en México. Allí, Luis conectó con otros hombres y mujeres militantes que también habían tenido que abandonar la Argentina.
Aquí, la dictadura cívico militar estaba arrasando con las organizaciones políticas y sociales, gremiales y estudiantiles. Luis recuerda que el año de la Copa del Mundo fue “muy movido”. Él lo vivió en Panamá, hacia donde viajó con “dos o tres cosas que tenía que hacer” como representante de Montoneros.
Una de ellas era organizar junto al gobierno de Panamá de Omar Torrijos Herrera, que había nacido de un golpe militar y por entonces se encaminaba a la democratización, una reunión del comité ejecutivo de la Federación Latinoamericana de Periodistas. La Felap, su sigla, fue creada por periodistas argentinos y de otros países del continente en México, en junio de 1976. “Todos periodistas que estaban dispuestos a participar en la idea de denunciar lo que sucedía en el país”, apunta Luis, que integró el grupo fundador.
También organizó talleres de comunicación popular para la Federación de Estudiantes de Panamá, el “sector de izquierda del torrijismo”, como los define Luis, y con ellos manifestaciones a la Embajada argentina en ese país centroamericano.
Pero aquél era un año especial para la Argentina, y los argentinos exiliados también lo sentían. Luis recuerda que en el destierro —que para algunos de ellos y ellas, como Luis, fue momentáneo, pero para otros permanente— “la sensación de fondo, sobre todo en el momento del Mundial de Fútbol de 1978, era que se quedaban”. Dice que la dictadura “aprovechaba desde el punto de vista propagandístico” la realización de la Copa del Mundo y que la intención de los militantes que habían logrado escapar de las garras del terrorismo de Estado y se iban enterando del horror desde diferentes partes del mundo era contrarrestarla. Así como en Europa nació el Comite pour l'Organization para le boycott de lárgentine de la coupe du monde (el COBA, Comité de Organización del Boicot a la Copa del Mundo), en América también hicieron cosas.
La tercera tarea que Luis tenía encomendada en Panamá era establecer allí otro punto más de difusión de la represión y las violaciones a los derechos humanos que sucedían en la Argentina. La difusión, no obstante, no sería para el continente, sino dentro de las fronteras dominadas por las fuerzas armadas argentinas.
Recuerda Luis: “Desde el punto de vista internacional había mucha claridad de lo que era la dictadura, bastante diferente a lo que pasaba en la Argentina, donde los milicos hablaban de que afuera había una campaña antiargentina y había mucha gente de buena fe que lo creía. A los compañeros que estábamos exiliados nos interesaba mucho generar hechos que tuvieran repercusión dentro del país. Siempre estábamos imaginando cosas que pudieran lograrlo”.
La acción de difusión era el envío masivo de cartas con panfletos de denuncia. Para eso, Luis contaba con dos elementos fundamentales: pedazos de guías telefónicas argentinas que los militantes exiliados pedían a amigos y familiares que viajaban al exterior, y los folletos de denuncia que había logrado ingresar a Panamá desde México gracias a la ayuda de un secretario de Torrijos Herrera.
“Los volantes los hicieron en México y los trajo a Panamá mi compañera, cuando viajó con mis hijos. Nos ayudó a ingresar el paquete el sargento José de Jesús Martínez, el ‘Chuchu’ Martínez, que nos acompañó con una camioneta militar y pasamos la aduana sin que nos revisaran”, apunta.
Pasaron 40 años y la mayoría de los detalles de los panfletos han escapado de la memoria de Luis, que aún sabe que “tenían el dibujito del gaucho del Mundial” y que los “textos cortos” hacían “más que nada hincapié en los desaparecidos”. “Todo se basaba mucho en la carta de Walsh”, suma. Se refiere a la “Carta Abierta de un escritor a la Junta Militar”, en la que el periodista Rodolfo Walsh denunció públicamente el plan sistemático de exterminio a un año de la instauración del Golpe de Estado.
En su casa del barrio popular de Río Abajo —vivían en un departamento del “único edificio de material que había en el barrio de calles de tierra”—, el periodista “ensobró” y despachó por día 100 cartas con panfletos de denuncia. Solía ir a diferentes oficinas de correo, trataba de mandar “Treinta cartas en una oficina, 50 en otra”. En esa época de inexistencia de Internet, correo electrónico y redes sociales, la correspondencia era habitual, pero Luis reconoce que “iba con un poco de cola de paja y trataba de disimular”. Todavía se ríe cuando recuerda a los empleados de correo bromear con él. “Eh, cuánta familia que tenés”, dice que le decían.
No tiene datos certeros de la efectividad de la campaña, aunque cree que “las cartas deben haber llegado” a sus respectivos destinos. También imagina el efecto, uno diferente al buscado. Supone que “a la gente que las recibía mucha gracia no le habría hecho”. En medio de la represión, recibir cartas de desconocidos denunciando secuestros, torturas, desapariciones. “Deben haberse muerto del susto y haber enterrado los panfletos diez metros bajo tierra.”