Fue la potencia casi imparable de los goles de Arie Haan y de Ernie Brandts la que puso a la selección holandesa en la final con Argentina, pero la suerte no les permitió marcar en el partido del 25 de junio de 1978. Pasaron 40 años. Haan no es el muchacho de 29 años, ni Brandts el pibe de 21 años, pero volvieron a la Argentina. Visitaron el sitio de memoria que funciona en lo que fuera el más emblemático centro clandestino de detención, tortura y exterminio de la última dictadura, la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA). A un par de cuadras del Monumental, donde gritaron los goles contra Italia y desde donde soñaron con cambiar la historia de la final de 1974.
Traídos por la televisión holandesa, que prepara un especial a 40 años del Mundial que se jugó a pasitos de un campo de concentración, los dos exfutbolistas recorren el edificio del casino de oficiales. Suben las escaleras mientras los persigue una cámara. Pasan más de una hora por el lugar que estaba lleno de detenidos ilegales mientras ellos buscaban llevarse una Copa del Mundo a casa.
En su relato sobre el Mundial hay puntos en común con el discurso de los jugadores argentinos. Cuando intentan bifurcar el mundo de la política y del fútbol, hay una fecha que vuelve a unirlos inevitablemente: el 25 de junio de 1978, el día de la final. “Antes de ese día, sólo jugábamos al fútbol, pero al momento de jugar con la Argentina vino la discusión acerca de lo que estaba sucediendo, qué debíamos hacer y cómo debíamos actuar”, dice Haan parado a metros de la Avenida del Libertador.
¿Qué hacer?
“Sabíamos algo de lo que pasaba porque unos tipos que hacían política lo contaban. Yo en ese momento dije: ‘Tengo 21 años, soy un jugador de fútbol y quiero jugar el Mundial’. Es cierto, escuchabas cosas, pero no lo veías con tus propios ojos, así que para mí no había razón para no venir al campeonato”, dice Brandts.
“Hubo una gran movida en Holanda para que el equipo no viniera por las personas que estaban desaparecidas y nadie sabía de ellas”, relata Haan. “Pensamos que si no veníamos no iba a cambiar nada. En cambio, podría cambiar más si veníamos. Nuestros jugadores fueron a Plaza de Mayo, toda la prensa estaba acá y podía hablar de lo que sucedía. Al final era mejor estar acá, aunque nos estuvieran usando. Nosotros también estábamos usando la situación. Me parece que estuvo bien venir para que el mundo se fuera enterando de lo que pasaba”, dice.
Ni Haan ni Brandts se acercaron a Plaza de Mayo, donde decenas de Madres se reunían cada jueves para reclamar por sus hijos e hijas desaparecidos. La prensa holandesa sí las acompañó. También hubo un hombre con una camiseta de Holanda y una cruz en el pecho que se acercó el jueves 22 de junio a la Plaza para darle una flor a una de las mujeres que pedían ayuda para saber qué había pasado con los suyos. Los dos al unísono cuentan que sí hubo un futbolista que salió de la concentración para ver a los familiares de desaparecidos: Wim Rijsbergen, un defensor que entonces tenía 26 años y jugó los tres primeros partidos de la Copa antes de lesionarse.
“No teníamos permitido salir del hotel”, dice Brandts. “Sólo un jugador de nuestro equipo vio a las Madres”, agrega. “Salió del hotel y nos contó”.
A pesar del debate sobre la seguridad de las selecciones extranjeras que precedió al Mundial, ni Brandts ni Haan tuvieron miedo mientras estuvieron en la Argentina.
Lo que sí funcionó como un sacudón fue saberse en la final con el dueño de casa, con el equipo que vestía la camiseta del país que era objeto de las más aterradoras denuncias sobre violaciones a los derechos humanos.
—¿Qué hacemos si ganamos? ¿Agarramos la copa o no? No, no agarramos la copa— reconstruye Haan el debate al interior del plantel naranja.
¿Quién planteó el dilema? Según Haan, fue el propio Ruud Krol, el capitán de la selección holandesa. “Él dijo: ‘Yo no voy a buscar la Copa’. No fue una discusión. Tampoco fuimos a buscar la medalla de subcampeón”, agrega. Tampoco fueron a la cena de honor con la que el dictador Videla pretendía agasajarlos.
40 años
Si pudiera volver el tiempo atrás, Brandts dice que no volvería a jugar el Mundial en la Argentina de los campos de concentración, de los desaparecidos, de los muertos y de los bebés robados. “Si supiera todo, no”, dice firme.
Haan se agarra la cabeza y dice: “1978, Dios mío, lo que pasaba mientras jugábamos al fútbol, pero pasaron 40 años”. Compungido, a metros de una de las entradas del centro clandestino, añade: “Es como volver al pasado”.