Oficialmente, el campeonato del mundo que se llevó a cabo en Argentina comenzó el mediodía del jueves 1 de junio de 1978 en el estadio de River Plate. Una serie de coreografías en las que, al ritmo de marchas militares, centenares de jóvenes estudiantes escribieron con sus cuerpos en el campo de juego fue el eje central de la ceremonia inaugural del Mundial de Fútbol de 1978. Jorge Rafael Videla, el presidente de la Junta Militar que gobernaba el país de facto y a fuerza de terror desde el 24 de marzo de 1976, habló del orgullo nacional, de la paz, de la buena imagen que el país le estaba dando al mundo. Lejos de contradecirlo, el presidente de la FIFA, Joao Havelange, elogió la organización. Mientras tanto, a unas 40 cuadras del Monumental, las Madres de Plaza de Mayo caminaban en torno de la Pirámide de la Plaza de Mayo para reclamar por sus hijos e hijas desaparecidos. Sin que ellas lo supieran, muchos de ellos permanecían secuestrados en el centro clandestino que funcionó en la ex Escuela de Mecánica de la Armada, ubicada a pocos metros de River.
Claudio Morresi era un adolescente que trabajaba con su tío repartiendo pollos y huevos, que entrenaba en las inferiores de Huracán para cumplir su sueño de convertirse en jugador profesional —algo que lograría años más tarde— y que había hecho varias horas de cola en la puerta de la Asociación de Fútbol Argentino (AFA) para cumplir su otro sueño: “Ver a los mejores jugadores del mundo en vivo en el Mundial”. Sin embargo, la alegría se vio empañada por “una inmensa contradicción”. Dos años antes, su hermano Norberto Morresi, militante de la Unión de Estudiantes Secundarios, había sido secuestrado a los 17 años. Al reclamo de aparición con vida de Norberto, de Memoria, Verdad y Justicia por él y el resto de los desaparecidos, Claudio le debe su participación en la agrupación Familiares de Desaparecidos Detenidos por Razones Políticas.
La larga parafernalia inaugural comenzó al mediodía. Días antes, el diario La Nación publicó el cronograma organizativo de la jornada, con una precisión tan exhaustiva como ridícula: entre horarios de inicio de operativo de tránsito y de encendido y apagado de las luces del estadio, el recuadro publicado menciona que a las 10 se abrirían las puertas del Monumental para el ingreso del público, a las 13 comenzaría la ceremonia y a las 15 el partido entre Alemania Federal y Polonia, que resultó en un aburrido 0 a 0.
Los horarios se corrieron un poquito. El periodista y escritor Pablo Llonto dice en su libro La vergüenza de todos que la Junta Militar integrada por Videla, Emilio Massera (a cargo de la Armada) y Orlando Agosti (de la Fuerza Aérea) ingresó al palco oficial a las 13.30. Habían llegado en helicóptero, menciona el escritor. Compartieron el espacio “de honor” con el titular de la FIFA, Joao Havelange, y su par de la AFA, Alfredo Cantilo, uno y otro a ambos lados de Videla, y el cardenal porteño Juan Carlos Aramburu.
Ese día, la Junta Militar liderada por Videla decretó asueto nacional. Si bien las crónicas de la época no se ponen de acuerdo en la cantidad de espectadores que asistieron al acto inaugural (67 mil, 75 mil, 77 mil personas) las fotografías y las filmaciones reflejan las tribunas repletas.
Una fanfarria de la banda musical del Colegio Militar. Otra. Racimos de colores flotando hacia arriba y en la pantalla gigante del estadio, la señal de largada: “Bienvenidos al XI campeonato mundial de fútbol Copa Mundial de la FIFA Argentina ‘78”. El campo de juego se llenó de estudiantes secundarios, los verdaderos protagonistas de la celebración, que ingresaron marchando al césped desde los laterales donde aguardaban formados en hileras.
“La alegría inunda el espacio en una verdadera manifestación de un país que recibe al mundo”, recita el locutor. Sigue. “Rápidamente, con el orden y la disciplina de la conciencia y accionar, una palabra se dibuja en el campo de juego: Argentina 78”. Son los estudiantes los que, al ritmo de melodías militares, escriben con sus cuerpos, distribuidos en la superficie, acurrucados como tortugas, la palabra alegórica. Después cambiarán a “Mundial FIFA”.
Los registros periodísticos de la época mencionan que fueron entre 1700 y 1800 adolescentes de 36 escuelas porteñas públicas y privadas vestidos de blanco y celeste los que participaron del “espectáculo” de coreografías estructuradas en el “un, dos, tres, cuá” propio de los pelotones. Una de sus responsables, la profesora Beatriz Marty de Zamparolo, reafirmó la idea ante la revista Somos: “Todo estaba cronometrado al extremo. 120 pasos por minuto, 160 trotes por minuto y un acorde por segundo para tomar posiciones. Así se pudo hacer todo en los 52 minutos y medio que nos habían asignado”.
Marty de Zamparolo coordinó las coreografías junto al entonces director nacional de Educación Física de la Nación, Héctor Barovero. La profesora mencionó en una entrevista que la idea la había propuesto el Ministerio de Educación al Ente Autárquico Mundial ‘78, “que aceptó la idea y se hizo cargo de los gastos”. Coordinados por profesores (La Nación informó que fueron 54 en total), los estudiantes practicaron durante casi un año “en varios campos de deportes, pero especialmente en el camping de Palermo del Club Gimnasia y Esgrima”, detalló la revista Somos.
Para los miembros del gobierno dictatorial, el campeonato fue una herramienta para “lavar” la cara del país frente al mundo en un momento en que las denuncias que describían la persecución, el secuestro, las torturas y los asesinatos de militantes políticos y gremiales, sociales y estudiantiles en campos de concentración secretos resonaban con más y más fuerza.
Para cumplir con ese objetivo, desarrollaron una poderosa campaña de prensa que actuó en múltiples frentes y sirvió de “contracampaña” ante el Boicot al Mundial desplegado por sobrevivientes radicados en Europa y personalidades de diferentes países comprometidos con los derechos humanos. Quizá lo más burdo se observó en los medios de comunicación.
Salvo raras excepciones (el Buenos Aires Herald fue la más importante), las páginas de los diarios y revistas, así como las transmisiones televisivas, no hacían más que cubrir de flores y elogios la organización del campeonato y, por elevación, a la dictadura.
Así, destacaron, por ejemplo, que durante la ceremonia inaugural hubo acomodadores “con chaquetas amarillas” en las tribunas que “se desvivieron por atender” al público; que azafatas bilingües y cadetes asistieron a la prensa, que llegar al Estadio “no le costó trabajo a nadie”; que los espectadores ingresaron “como si entraran al cine un lunes a las 2 de la tarde, sin empujones, sin corridas, sin avalanchas” y que se fueron “como si salieran del Teatro Colón”.
La ceremonia inaugural también contó con una suelta de palomas blancas que “cobran vida en magnífico vuelo, parten como mensajeras llevando nuestro saludo en un símbolo, la paz”, mencionó el locutor de la “fiesta”. “Paz”, curiosamente, fue reiterada insistentemente en los discursos oficiales que se oyeron aquella tarde en el Monumental.
“Bienvenidos al magno certamen del fútbol mundial y a esta tierra de paz, libertad y justicia”, leyó de un papel amarillento el titular de la AFA, Alfredo Cantilo. A su turno, y lejos de indagar acerca de las denuncias que narraban crímenes atroces, el titular de la FIFA, Joao Havelange, habló de la importancia del fútbol y remarcó la capacidad organizativa de la Argentina, “esa gran nación”. “Nosotros nos regocijamos con este espectáculo magnífico”, sostuvo en un dificultoso castellano. Por último, habló Videla.
Morresi lo oyó junto a su tío desde la tribuna “que da al río, donde hoy se para la hinchada de River”. A su izquierda tenían el palco oficial, desde donde habló “el dictador, el asesino”. Recuerda que esperó “en silencio, tragando bronca” a que terminara su discurso: “Uno estaba ahí, conteniéndose de gritar algo porque de alguna manera me daba cuenta de que en diferentes lugares de la tribuna podía haber policías de civil. Imagino que si yo o mi tío hubiéramos hecho algo inmediatamente nos hubieran detenido”.
Videla dejó resonar un ratito los aplausos que siguieron a su presentación. Se refregó las manos, nervioso, y comenzó a balancearse sobre sus pies. “Señoras, señores. Hoy es un día de júbilo para nuestro país”, comenzó, ladeando la boca.
Su discurso fue corto y, por el tono, parecía estar hablándole a un pelotón del Ejército que comandaba. Habló en nombre de la paz y lo aplaudieron mucho. “Pido a Dios que este evento sea una contribución para reafirmar la paz, esa paz que todos deseamos para todo el mundo y para todos los hombres del mundo”. Así, el campeonato quedó inaugurado.