La mañana del viernes 2 de junio Fernando Navarro llegó al local que el Turco Ibrahim tenía sobre la calle Pasteur, en el barrio porteño de Once, con una idea clara de lo que necesitaban: banderas de Argentina. Esa tarde la selección debutaría en el Mundial de Fútbol que recién había comenzado a disputarse en el país, contra Hungría.  “Banderitas, Turco, ¿no tenés alguna por ahí? Tiene que haber”, le pidió Fernando. Ni él ni el vendedor, ni su hermano Pepe, ni el resto de los lisiados que integraban con ellos la agrupación revolucionaria Cristianos para la Liberación imaginaron esa mañana que la idea sería un “negoción”.

Fernando es hermano de José Liborio Poblete Roa. “Pepe”, “Cortito”, “Martín”, como le decían a José según el escenario en donde interactuara, llegó a la Argentina en la primera mitad de la década del ‘70. Venía de Santiago de Chile, adonde había sufrido un accidente de tren que lo había dejado sin piernas. Algunos registros históricos cuentan que viajó a Buenos Aires para rehabilitarse de su discapacidad. Pero su mamá, la Abuela de Plaza de Mayo Buscarita Roa, asegura que José, que en su tierra natal integraba el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), se fue cuando la militancia política comenzó a ser perseguida en Chile, tras la dictadura de Augusto Pinochet.

Enseguida José hizo migas argentinas. Con varios jóvenes discapacitados que conoció en el Instituto de Rehabilitación de Bajo Belgrano (Claudia Grumberg, Hugo Avendaño, Alejandro Alonso, Norberto Scarpa, Mónica Brull, Gertrudis Hlaczik) fundó el Frente de Lisiados Peronistas, una organización que llegó a concentrar a más de 200 militantes políticos durante la década del ‘70 con y sin discapacidad. La persecución desplegada por la Triple A los obligó a desintegrar el frente, pero el grupo originario de compañeros y compañeras continuó unido, trabajando y militando. Poco después, confluyeron en la agrupación Cristianos para la Liberación. A ellos se unió Fernando, luego de cruzar la Cordillera de los Andes con el resto de los hermanos de José, Buscarita y su marido.  

La última dictadura cívico militar los encontró combinando militancia con estrategias para la supervivencia diaria. “La situación era difícil desde lo personal y desde lo político”, relata Fernando. El secuestro de Claudia Grumberg, el 12 de octubre de 1976, obligó a los integrantes del grupo a mudarse y a autoimponerse medidas de seguridad estrictas para no caer en las garras de los represores. Fernando se fue a vivir a Florencio Varela con Hugo Avendaño. José y Gertrudis, que ya eran pareja, se fueron a la casa de Buscarita, en Guernica. “Los compañeros caían todos los días, se hacía muy difícil el tema económico”, completa Fernando.

La venta ambulante fue una salida que los ayudó a mantenerse. Cuenta Fernando: “Con José comenzamos a armar una especie de cooperativa con los compañeros para poder subsistir. La venta se hacía bastante fácil porque la gente a los compañeros discapacitados les compraban. Teníamos compañeros ciegos, en sillas de ruedas, pero con un espíritu enorme de lucha.” Para 1978, la faena ya estaba organizada. Solían comprar mercadería al Turco que luego revendían en colectivos y trenes o en la calle.

Junio era todo Mundial. “No se hablaba de otra cosa”. Fernando fue a ver a su revendedor con una idea:

—Turco, ¿tenés banderitas de Argentina?

—Chileno, ¿para qué las querés si no van a pasar de la primera ronda?— bromeó, pero enfiló para el fondo del local y empezó a hurgar entre bolsas de peines y jarras de plástico, kits escolares y de costura, hasta que encontró una bolsa a punto de romperse con un puñado de banderas.

Fernando y su hermano Víctor “Lolo” Navarro las agarraron y las empezaron a ofrecer a apenas unas cuadras del local del Turco, al grito de “¡Argentina, vamos Argentina!”. Las vendieron todas a la media hora. Contentos, se fueron a ver el partido que la selección local ganó 2 a 0.

A la mañana siguiente se encontraron con Pepe en la estación de trenes Constitución para pensar cómo explotar ese pan caliente que habían descubierto el día anterior. “Pepe todo lo hacía organización social”, define el hermano. Buscarita lo recuerda diciéndoles a sus compañeros que aunque les faltaran las piernas o fueran ciegos debían trabajar, que no se podían quedar en la limosna. Ese mismo día los hermanos lo fueron a ver al Turco, quien se comprometió a conseguir más banderas. Poblete, por su parte, organizó todo para que compañeras y compañeros de Cristianos para la Liberación también fabricaran las telas albicelestes.

Repitieron el éxito en cada partido de Argentina. Las manos vendedoras crecieron con la organización. Había grupos de Cristianos para la Liberación vendiendo en cada punto importante de la ciudad. Fernando y Lolo, Hugo, Pepe y “Trudi” las ofrecían en las cinco esquinas —de las calles Honorio Pueyrredón, San Martín, Angel Gallardo, Díaz Vélez y Gaona— que confluyen donde está el monumento al Cid Campeador, en el barrio porteño de Caballito.  

A veces, la pareja llevaba consigo a su pequeña beba Claudia Victoria, a quien los compañeros y compañeras de militancia de sus padres llamaban “Mundialito”. El apodo se lo había puesto el padrastro de Pepe por haber nacido en marzo, muy cerca del Mundial. El resto de los días, la nena quedaba a cargo de la abuela Buscarita, quien luego la buscó intensamente. Es que Claudia Victoria Poblete Hlaczik fue secuestrada con sus padres en noviembre del ‘78 y llevada con ellos al excentro clandestino conocido como El Olimpo. Al cabo de unos días se convirtió en uno de los 400 bebés apropiados durante la dictadura. Fue criada como hija propia por el integrante de la estructura de Inteligencia del Ejército Ceferino Landa y su esposa, Mercedes Beatriz Moreira. Gracias a la lucha de Buscarita y las Abuelas de Plaza de Mayo recuperó su identidad en el año 2000.

La gente estaba alegre con el desempeño de la Argentina en el campeonato y los Cristianos para la Liberación también. A pesar de que la dictadura les “soplaba en la cabeza todo el tiempo”, de las noticias de un compañero secuestrado allí y otro caído allá, cómo se vivió el Mundial de 1978 les sirvió para sentir “eso que se siente cuando el pueblo está en la calle, esa alegría... fue una distensión, había mucha alegría”, reconoce Fernando.  

La venta de banderas les permitió no solo generar recursos para la subsistencia de los compañeros, sino también para financiar actividades de militancia. Pudieron imprimir volantes con consignas revolucionarias, compraron un auto y ayudaron con el alquiler de casas a quienes lo necesitaban en la organización. “El dinero no era una preocupación para nosotros, sino que estaba al servicio de la lucha”, apunta Fernando. El grupo se financió con los recursos generados por las ventas de las banderas del Mundial hasta noviembre de 1978, cuando secuestraron a Pepe, Trudi y Claudia Victoria.