En nuestros días multipantalla —celular, computadora, tablet, televisión—, la imagen es en colores y en alta definición, igual o más compleja que en la realidad o “mala imagen”. Pero en la Argentina de 1978, año en que la última dictadura cívico militar quiso a través del Mundial transmitir “la mejor de las imágenes” para ocultar la falta de libertades y las violaciones a los derechos humanos, aún no existía la transmisión de televisión a color. Y otra de las mentiras de la dictadura fue que los argentinos verían los partidos del campeonato de fútbol en colores. Se gastaron millones de dólares para instalar los equipos necesarios para transmitir en esa calidad, pero la inmensa mayoría de la población vio los goles de Alberto Kempes en blanco y negro. Paradójicamente, la transmisión en color, “la mejor de las imágenes”, quedó para quienes vieron el Mundial fuera del país y para un grupo exclusivo de personas que pagó hasta 200 dólares para acceder a la propuesta comercial del Gran TV Color. “Ver el Mundial televisado en colores: una oportunidad para pocos”, se leía en los afiches publicitarios de este “espectáculo imponente”, y sintetizaba la realidad.
“Los argentinos podremos ver el Mundial 78 televisado en colores, en directo y en diferido, y a pantalla gigante”, proponía el Gran TV Color en las publicidades de diarios y revistas. La propuesta comercial invitaba a vivir algunos de los partidos del Mundial en los “cine-estadios” ubicados en el Luna Park —el histórico estadio deportivo ubicado en la Ciudad de Buenos Aires—, el Teatro Gran Rex de la porteña calle Corrientes y otros cines, clubes, centros culturales, gimnasios y parques de otros 21 puntos del país.
La novedad era ver en colores, y por eso el logo de la empresa llevaba el azul, el rojo y el verde, los mismos que forman las imágenes en una pantalla. Esos colores también tenían los tres tipos de bonos para poder acceder a la oferta de ver el Mundial “desde la cómoda butaca de un cine-estadio”. “Con el Abono Azul, siga a Argentina. Siga a nuestros colores”, invitaba. Quien podía pagar se aseguraba ver “en directo” los partidos de Argentina y Holanda.
“En directo” y en colores también era una novedad. Los otros dos abonos que podían comprarse eran el Rojo y el Verde. El primero habilitaba para ingresar a ver partidos de España, Italia y Brasil, y un total de 24 partidos, pero no todos en directo. El segundo aseguraba ver sólo en directo el partido de apertura (Alemania-Polonia), el tercer puesto y la final. Otro dos cines porteños se habían sumado a la propuesta: el Ocean y el Broadway. Allí la gente sacó “minibonos” para los partidos de la primera fase, dos en directo y dos en diferido. Sí, hubo gente que se acercó al cine a ver, por ejemplo, la victoria de la Argentina por 2 a 1 frente a Francia, en el segundo partido del Mundial, dos días después de que hubiese finalizado.
La empresa detrás de Gran TV Color que aprovechó la millonaria inversión hecha por la dictadura para transmitir en colores al exterior (se estima que una séptima parte de los astronómicos y aún no revelados gastos totales) fue Hachege S.A, presidida por Hugo Giganti, y con el famoso conductor radial y televisivo Cacho Fontana como director de Marketing.
Giganti pagó 700 mil dólares a la dictadura para poder quedarse con los derechos exclusivos para la transmisión en circuito cerrado, vía coaxil, y poder transmitir en pantalla ampliada la señal de video color. En una entrevista publicada en la revista Somos a Fontana y Giganti en la previa del Mundial 78, el empresario aseguraba que las pantalla de 8 metros por 11 del Gran Rex y la de 16 metros por 12 del Luna Park habían sido confecciones especialmente en “tela de traje de astronauta”.
Fontana —quien cuatro años después quedaría en la memoria colectiva dictatorial por conducir el maratón de “24 horas por Malvinas”, en el que se reunieron millones en donaciones que los adolescentes soldados nunca vieron— destacaba esta “nueva forma de espectáculo en la Argentina, que puede llegar a revolucionar el destino de la televisión” y enumeraba las ventajas de quienes verían los partidos lejos de la popular, los cantos y los papelitos: “Se ve todo el Mundial sin necesidad de moverse de la propia ciudad. No hay riesgos de avalancha. Se pueden apreciar las jugadas como si se estuviera a dos metros de ella. Se ve en una confortable sala y no al aire libre”.
Esos lujos no eran para cualquiera. Los colores de los bonos de la chequera marcaban en principio si uno se acomodaba frente a la pantalla, por ejemplo, en el ring-side del Luna Park o en la popular de ese estadio. Según las notas de la época, los bonos Rojos y Azules llegaron a pagarse 220 dólares y los Verdes 110 dólares. Además de la ubicación, el pago de los mejores bonos venía con otras ofertas: “4 fantásticos espectáculos extra” y “las televisaciones de los Grandes Premios de Fórmula 1 de España y Suecia, y las semifinales y la final del Roland Garros”.
Los días previos a la final de la Argentina contra Holanda, las reventas se dispararon y una platea techada alcanzó los 1000 dólares, según publicaba el Diario Popular por esos días. Así y todo la opción del Gran TV Color no era para cualquier argentino, en un contexto de salarios congelados desde el inicio de la dictadura, una caída de los salarios del 40 por ciento y una inflación promedio de 200 por ciento. En palabras del propio director de Marketing de la Gran TV Color, la expectativa de ese “espectáculo imponente” era para pocos: “Si 20 mil espectadores se vuelcan hacia nosotros, será un gran éxito”.
Prueba de la dificultad del acceso estaba en una breve nota publicada en el diario La Nación en mayo de 1978, en la que se anunciaba que los chaqueños tendrían dos “cine-estadios” del Gran TV Color en su provincia, en las localidades de Resistencia y Roque Sáenz Peña. “La transmisión está asegurada, porque la señal se recibirá directamente de Entel y las entradas serán financiadas en cuotas de diez meses sin interes”, celebraba el diario.