¿Existen los universos paralelos? Las Abuelas de Plaza de Mayo dicen que sí. Que ellas vivieron en uno mientras muchos argentinos lo hicieron en otro. Fue durante el Mundial de Fútbol de 1978 que se jugó en la Argentina. La selección local ganó la copa, pero ellas sufrieron cada festejo. “Ese Mundial fue, para nosotras, una afrenta”, define Estela de Carlotto, presidenta del organismo de derechos humanos, que recuerda al “dictador feroz” Jorge Rafael Videla “festejar y ser ovacionado”. “Esa contradicción en la gente fue muy terrible. Con el tiempo comprendimos, entendimos, disculpamos”, completa.
¿Quiénes eran las Abuelas de Plaza de Mayo? El organismo nació en octubre de 1977, un año y medio después de que las Fuerzas Armadas dieran el último golpe de Estado que sufrió el país. Las señoras que lo fundaron lo hicieron con el objetivo de encontrar a los bebés de sus hijos e hijas que habían sido secuestrados.
De esos niños no habían tenido novedades. Algunos habían sido llevados junto a sus padres. Otros, lo confirmarían con el tiempo, nacieron en centros clandestinos de detención, instalaciones secretas empleadas para torturar, interrogar, violar, mantener detenidas ilegalmente y asesinar personas. Las Abuelas de Plaza de Mayo durante el Mundial 78 estuvieron en pleno crecimiento.
Por entonces, Estela no se había acercado a este organismo de derechos humanos, pero ya era parte en la práctica. Porque Estela no sólo buscaba a su hija Laura Carlotto, quien había sido secuestrada en noviembre de 1976, sino también a su nieto.
En esos días, recuerda, “el país estaba enloquecido”. A pesar de que su marido, Guido Carlotto, era un futbolero fanático de Estudiantes de La Plata, los partidos del Mundial le generaron dolor. Ni siquiera quiso compartir alguno cuando hubieron visitas en la casa.
Con la memoria en ese período, Estela cuenta que mientras su hermano y su cuñada “lloraban de alegría”, ella y Guido lo hacían “de tristeza”. “Sabíamos que mientras algunos gritaban los goles, estaban torturando a miles de personas”. Lo sabían porque Guido había estado secuestrado 25 días, “había vivido torturas terribles y había visto cómo torturaban a otros, cómo vejaban, cómo mataban”.
“Estábamos sufriendo”, asegura, aunque reconoce que ella, su marido, el resto de sus hijos y hasta los exiliados argentinos en países de todo el mundo —algunos de los que organizaron el boicot al Mundial de 1978— no conocían todavía “el plan de la dictadura”. Con el tiempo entenderían su magnitud.
Para las Abuelas, el Mundial “tapó bastante lo que pasaba”. Es que “la gente estaba enloquecida de contenta y el pueblo argentino estaba pendiente del Mundial de 1978” y la dictadura quedaba en segundo plano, salvo para quienes lo vivían con la misma trágica y lúcida conciencia que ellas, evalúa Buscarita Roa, también de la organización. “Esto era una locura”, define.
Buscarita se sumaría meses después del campeonato a Abuelas de Plaza de Mayo. Hasta entonces sabía dónde estaban su hijo José “Pepe” Liborio Poblete Roa, su nuera Gertrudis Hlaczik y su nieta Claudia Victoria “Mundialito”, como la llamaban los compañeros de sus padres.
Buscarita reseña la euforia de la gente en la calle y también los excesos de los militares en el poder. Ella estaba a cargo del personal de limpieza del Ministerio de Planeamiento de la dictadura que comenzó el 24 de marzo de 1976. Entre enero y octubre de 1978, esa cartera estuvo a cargo del general del Ejército Carlos Enrique Laidlaw, ahora retirado.
“Yo tenía que distribuir a los empleados de limpieza en todo el edificio de 25 de Mayo y casi Corrientes”, en pleno centro de la Ciudad de Buenos Aires, cuenta. De “los despachos de los principales coroneles de la dictadura” que estaban ubicados “en los pisos más altos”, las mañanas siguientes a los partidos de la Argentina los empleados “sacaban bolsas y bolsas negras con botellas vacías de licores y whiskys de los más caros”.
Como Estela, Elsa Pavón también sufría. Había perdido noticias de su hija, Mónica Grinspon, y su yerno, Claudio Logares, que desde 1977 estaban intentando huir de las garras del terrorismo de Estado en Montevideo, Uruguay.
El matrimonio y su hija, de casi dos años, habían sido secuestrados el 18 de mayo de 1978 en las cercanías de su casa uruguaya. Elsa viajó a Uruguay a buscarlos. “Recorrí todos los lugares donde podía preguntar. Volví, por supuesto, con una respuesta negativa: que nadie los había visto, que no sabían nada”, contó Elsa en el marco de los juicios por la verdad, que se llevaron a cabo en 1999 y que fueron la antesala del proceso judicial que comenzó cuando las leyes de impunidad fueron declaradas nulas, un lustro más tarde.
En Uruguay, durante su primer viaje de búsqueda (iría una vez más con su consuegro), no sólo le dijeron que “no sabían nada”. También le generaron falsas esperanzas. Le dijeron que se quedara tranquila, “que después de que terminara el Mundial iban a aparecer, que a lo mejor en ese momento los habían detenido por precaución”, narra. “La inocencia, la tontería, no sé cómo llamarle, hizo que me volviera y esperara hasta el 30 de junio, cuando terminó el Mundial.” Desde ya, ni Mónica ni Claudio ni la hija de ambos “volvieron” después del campeonato. A su nieta, Paula Logares, la recuperó en 1984 junto al resto de las Abuelas de Plaza de Mayo.
Para Elsa el Mundial de Fútbol de 1978 fue de falsa espera. Para Antonia Acuña de Segarra, de pérdida múltiple. “Tuve tres hijos que fueron desaparecidos durante el Mundial 78”, cuenta en un testimonio que registró Memoria Abierta. En ese relato, enumera que a su hija Alicia se la llevaron el 21 de junio de 1978, embarazada de dos meses, junto con su compañero Carlos María Mendoza; que el 23 de junio secuestraron a Laura, su otra hija, embarazada de 8 meses, y a su compañero Pablo Torres; y que Jorge desapareció el 30 de junio. “Nunca, nunca tuve ninguna noticia de ninguno. Absolutamente nada. Y de los nietos que estoy buscando, tampoco”, asegura Antonia.
¿Cómo se vivió el Mundial de 1978? Los argentinos celebraban, las Abuelas de Plaza de Mayo sufrían. Vaya grieta.