El Mundial de Fútbol 1978 comenzó a jugarse mucho antes de ese año. La Argentina había sido designada como sede en 1964 y desde ese momento los clubes del llamado “interior del país” comenzaron a imaginar la posibilidad de ser protagonistas del torneo de fútbol más importante del planeta. Esa intención no sólo estaba vinculada a que las miradas de todo el mundo se posaran sobre determinado estadio, sino con la oportunidad de recibir fondos que permitieran su remodelación, obras siempre difíciles de encarar para las arcas de cualquier institución.
Osvaldo Antonio Rodenas, histórico dirigente del peronismo santafesino y de Rosario Central, fue uno de los más fuertes operadores para que la “Cuna de la Bandera”, como se la conoce a esa ciudad, fuese designada sede. Una vez concretado ese objetivo, fue por el segundo: la elección del estadio “Canalla” como escenario de la Copa del Mundo. En 1973, la Comisión de Estadios para el Mundial 78 visitó la ciudad. El titular de Newell’s, Armando Botti, recorría despachos con una maqueta de lo que, imaginaba, podría ser el futuro estadio, ya remodelado, si era elegido.
En aquel momento, el presidente de Central era Víctor Vesco. En una entrevista, reconoció que los veedores entendían que el estadio “Leproso” estaba mejor ubicado, por lo que otorgaba una mejor accesibilidad para hinchas y delegaciones que llegaran a Rosario. Sin embargo, la pulseada la ganó Central.
El 17 de diciembre de 1974, el Honorable Concejo Municipal fue notificado de esa decisión del Comité Organizador del Mundial 78. “Cuando fue la obtención del estadio para el campeonato mundial, ahí hubo una lucha entre los dos clubes rosarinos donde primó mucho la política, por lo cual fue designado el estadio de Central como subsede”, reconoció Vesco, tiempo después. No se sabe cuáles fueron los argumentos que inclinaron la balanza a favor de los “Canallas”. Sí se sabe, en cambio, que meses después de esa elección, Rodenas, junto a otro dirigente de Central, Natalio Wainstein, alquilaron el predio denominado La Calamita, ubicado en Granadero Baigorria, y lo cedieron al Ejército. Allí funcionó uno de los centros clandestinos de detención más importantes de la ciudad en la última dictadura.
Los terrenos de La Calamita nunca fueron utilizados por el club que, de hecho, ya tenía un predio en Granadero Baigorria. El dueño de La Calamita era Samuel Raúl Benzadón. En 2004, frente a los tribunales federales de Rosario, su hijo, Eduardo Alberto, declaró que su padre le había alquilado el predio a Rodenas “para uso personal”. Precisó que una vez el administrador de las propiedades de su familia quiso llegar hasta La Calamita para cobrar el alquiler y lo frenaron hombres armados, quienes le advirtieron que no podía ingresar. En 2006, también ante la justicia, sostuvo que “en la época de Alfonsín” su padre fue llamado a declarar ante el tribunal de la provincia y que en esa ocasión “acompañó el duplicado del contrato de alquiler al señor Rodenas”.
El círculo íntimo de Rodenas siempre desmintió el vínculo entre la designación del estadio como sede y aquel centro clandestino de detención. En 2011, la Secretaría de Cultura de Rosario Central recuperó un banderín que Rodenas le había obsequiado a Juan Domingo Perón, en 1971, en Madrid. En una carta al club firmada por “Alicia, Alejandra, Lisi y Tato Rodenas” se refirieron a esa versión: “Abordó casi como un desafío personal las negociaciones para que Rosario primero y Central después fueran declaradas subsedes del Mundial de Fútbol 78. Negociaciones que, vale la pena aclarar, fueron realizadas dentro de la vigencia del gobierno surgido en elecciones democráticas y que nada tuvieron que ver con el gobierno de facto”.
Sin embargo, el periodista Carlos Del Frade, reconocido hincha “canalla”, no cree en esa explicación. En el libro La ciudad goleada, reproduce declaraciones de Luis Galanzino, un excomisario santafesino, quien afirmó que “Osvaldo Rodenas, histórico dirigente de Central, era quien tenía La Calamita”. Además, sostuvo que esa cesión del terreno fue un acuerdo con el coronel Edgardo Aquiles Juvenal Pozzi, jefe del destacamento de Inteligencia del II Cuerpo de Ejército. “Wainstein le presenta a Rodenas a Pozzi para que el estadio de Central sea confirmado como sede del Mundial. Y una de las condiciones fue que Rodenas le alquilara a Benzadón La Calamita y se la pasara a los militares”, agregó.
Hasta el momento, tres causas juzgaron los hechos ocurridos en La Calamita. Entre los condenados aparecen dos nombres que, de otra manera, también estuvieron vinculados con el fútbol durante la dictadura: Pascual Oscar Guerrieri y Eduardo “Tucu” Costanzo, ambos condenados a cadena perpetua. Guerrieri fue jefe de la Central de Operaciones del Batallón 601 y jefe del Destacamento de Inteligencia 121. Era uno de los que evaluaba el desempeño de Edgardo Norberto Andrada como espía del ejército.
El “Gato”, apodado así por su impresionante elasticidad bajo los tres palos, había pasado por Rosario Central, Vasco Da Gama y la Selección Nacional, antes de volver al país, en 1977, para atajar en Colón. Su condición de futbolista profesional fue clave para su elección: “Su figura de exarquero de Rosario Central concita adhesiones y confianza especialmente en los barrios de trabajadores, lo cual facilita su penetración al objetivo impuesto”, puede leerse en su legajo. Costanzo fue quien primero lo denunció públicamente. Lo acusó de haber participado del secuestro de los militantes peronistas Eduardo Pereyra Rossi y Osvaldo Cambiaso, en 1983. Para ese entonces, Guerrieri elogió su “variada red de informantes, su espíritu de colaboración y su contracción al trabajo”.
La Junta Militar entendió, desde un primer momento, la importancia política y social que podría tener el Mundial. El fútbol, como fenómeno social, no escapó a la voracidad de los genocidas: ya sea utilizándolo para contrarrestar las denuncias por violaciones a los derechos humanos, conseguir terrenos a cambio de favores o elegir a un futbolista reconocido como espía, supieron poner la pelota, al igual que al país, bajo sus botas.