Mario Kempes corre y festeja con los dos brazos en alto. Leopoldo Luque también los levanta en un grito. Daniel Bertoni sigue su carrera hasta tocar la red del arco holandés con sus manos. El arquero Jan Jongbloed se reincorpora y extiende el brazo buscando explicaciones. El defensor Jan Poortvliet se desahoga de ira contra el palo derecho y su compañero Wim Suurbier completa una vuelta carnero para salir del enredo en el que los dejó Kempes para marcar el gol. Van 14 minutos del primer tiempo suplementario de la final del Mundial 78, la selección argentina se pone 2 a 1 y se encamina a levantar el trofeo en un estadio Monumental repleto.

Pero hay otra historia en esa instantánea. Una historia que incluye a los miles de argentinos y argentinas que festejan fuera de la imagen y, al mismo tiempo, se burlan de la campaña montada por la dictadura cívico-militar para mostrarle “una buena imagen al mundo” en medio del sistema de represión, detenciones arbitrarias y la desaparición de personas.

Sobre el césped en el que ocurre toda la escena se ven cientos de puntos blancos. Son papelitos, son un mensaje y tienen un referente: Clemente, que se convertiría en la mascota de la expresión popular, dejando a un costado a la mascota oficial, la del Gauchito con una fusta en su mano derecha.

El padre de la criatura, similar a un pajarito rayado sin alas, es Caloi, Carlos Loiseau. Y la tira salía en la contratapa de Clarín todos los días. Mientras en el interior del diario y desde meses antes del Mundial los lectores podían encontrarse con la campaña de la dictadura cívico-militar —que ordenaba: “Señor espectador: el país también juega en la tribuna”, y que se preocupaba por “mostrar cómo realmente somos” y jugar el “campeonato de la educación y confraternidad”—, Clemente reflexionaba desde la contratapa: “Hay que erradicar los papelitos por el Mundial. Hay que evitar peleas, agresiones, hurtos, amontonamientos, estafas, acomodos, por el Mundial. (...) Cuando veo que todo eso se hacer por el Mundial, me agarra un julepe bárbaro… ¿Qué va a ser de nosotros cuando termine el Mundial, se vaya el último turista y nos quedemos solos?”.

Clemente advertía la intención de la dictadura cívico-militar de suspender la realidad, mientras desde el exterior crecían las denuncias por violaciones a los derechos humanos, y tomaba parte con su “campaña de papelitos”. Caloi, que había creado a su personaje en 1973, transformó a Clemente en “SuperClem” en algunas tiras, con el objetivo de levantar la copa, y le encontró su némesis: José María Muñoz. Era el relator radial más famoso del momento y pasaría a la historia como la voz oficial de aquella Copa del Mundo. Se lo recordaría así porque tomó como cruzada propia la campaña “Argentina 78” de la dictadura. Para el relator llevar a los partidos del Mundial la tradición tribunera de tirar papelitos para recibir al equipo mostraría a la Argentina como un país sucio.

“Él veía la suciedad en eso, solamente ahí. Y bueno, me la dejó picando y con el arquero caído, y yo arremetí con la campaña en pro de los papelitos, que era una manifestación del hincha muy colorida, muy participativa. Los cantitos y los papelitos, era el decir ‘presente’ de la gente. Lo cual se convirtió en una guerra simbólica”, recordaba Caloi en una de sus últimas entrevistas.

Un “muñequito” contra Muñoz

Los papelitos eran la síntesis de lo popular para Caloi y también el quiebre de aquella campaña de la Junta Militar. “¿No quedamos que había que cuidar la imagen?”, se mofaba desde la tira para explicar por qué había rebautizado “Masotti” a Menotti, el director técnico de la selección. “Suena más ganador”, explicaba. Lo mismo hizo con otros integrantes del cuerpo técnico. Y si el rebautismo era para transformarlos en algo más positivo, con ironía frente a la campaña dictatorial, el de la némesis no dejaba mucho lugar a la metáfora. En las tiras de Clemente, Muñoz era “Murioz”.

“Cuántas veces en un restaurante, en la calle, desde un colectivo alguno pegaba el grito: ¿qué hacés, Massotti?”, recuerda Menotti en el prólogo del libro Clemente es Mundial (2013), y celebra el “mensaje progresista y de resistencia cultural contundente, indirectamente combativo, en una época muy dura”. “El humor lo hacía posible porque desde el poder no lo entendían: se creían que Clemente era un muñequito”, reflexiona el DT.  Para María Verónica Ramírez, artista plástica y compañera de Caloi, esa búsqueda iba más allá: “No era una cosa menor que le dijera ‘Massoti’ y no Menotti, era para que ninguno de nosotros fuéramos a menos”.

“Lo que en realidad hacía Caloi era una transgresión módica. Esto de entablar una pelea con Muñoz y llamar a la revolución de tirar papelitos en contra del orden que pregonaba Muñoz era como una pequeñita victoria de la transgresión que queríamos todos”, aporta su mirada el periodista Juan José Panno, a quien Caloi por esos días rebautizó “Panotti” y con quien compartía redacción en El Gráfico, donde Clemente también tenía su espacio, con crónicas en tiras sobre sus sensaciones durante los partidos.

La postura de la criatura de Caloi era contraria a la editorial del diario que se hacía eco del discurso oficial, como analiza Florencia Levín en su libro Humor político en tiempos de represión (2013), y cita: “Llevar adelante el certamen constituye un triunfo sobre la subversión, que trató de quebrar la moral del país para impedir su realización”, fragmento de la editorial “Campeonato del Mundo” publicada en julio de 1977.  “Caloi se lanzó, guiado por su propia criatura, a poner coto a las manipulaciones gubernamentales”, valora Levin en su estudio.

Levin señala que aunque fueron pocos los ejemplos de censura en el diario sí se conocían las historias de los “no” a los humoristas de la contratapa de Clarín, que Caloi había conformado y se autodenominaban “la patota”. Crist, Roberto Fontanarrosa, Alberto Bróccoli, Horacio Altuna, Carlos Trillo. “Yo sabía cuáles eran los límites de la censura para no trabajar al cohete, pero había un personaje nefasto que era Joaquín (Morales Solá). Él decía: ‘No va’”, recordaba Caloi.  

La goleada de los papelitos

“¿Usté vio qué triunfo el otro día, ¿no? Definitivo, ¡eh!... Sí, sobre Francia también, pero sobre Murióz, digo”, festejaba Clemente cuando Argentina ya se encaminaba a pasar la primera ronda, que tras la derrota frente a Italia lo llevaría a jugar la segunda fase en el Gigante de Arroyito, de Rosario. En todos los estadios se habían instalado unas pantallas gigantes que, con un primitivo sistema de luces como pixeles, permitían escribir las formaciones de las equipos, los cambios, los goles. El control de esa pantalla estaba en manos de la FIFA y no del EAM 78, el ente oficial de la dictadura. Los técnicos de la empresa que manejaba el autotrol le habían pedido a Caloi que diseñara un Clemente en pixeles.

A diferencia del Monumental, el Gigante de Arroyito tiene las tribunas pegadas a la cancha, sin pista de atletismo que los separe. Los papelitos y las tiras inundaron el césped; la voz del estadio, bajo control de los militares, exigía que la gente no arrojara nada y amenazaba con que el partido podía suspenderse. Clemente, desde la pantalla, convocaba: “¡Tiren papelitos, muchachos!”.

Las victorias contra “Murioz” acompañarían las de la selección, partido a partido, a pesar de que “había controles en la cancha y los diarios que llevaba la gente para hacer papelitos eran decomisados”, recuerda María Verónica. A pesar de ello, cuando el capitán Daniel Passarella ponía el pie en la cancha para encabezar la salida del equipo, la lluvia de papelitos sucedía. “Había montañas de papeles junto a las vallas, en los accesos al estadio, que me juego la cabeza después se los yevaba Murióz”, se burlaba Clemente en la contratapa de Clarín.

“¡Mañana damos el idiosincrazo!”, gritaba Clemente en la previa de la final de la Argentina contra Holanda en el Monumental. Era el día de la consagración de la batalla de los papelitos, de la alegría popular frente a la imagen europeizada. El presidente de la FIFA, João Havelange, un fiel aliado de la Junta Militar, había dado el brazo a torcer con un guiño a Muñoz. “No hay razones más que las higiénicas para que los argentinos no puedan seguir tirando papelitos en las canchas cuando su equipo sale”, decía en un “sí a los papelitos” y agregaba el brasileño: “Es más saludable que tiren papelitos y no botellas”. Una excusa similar utilizaría el famoso relator, varios días después de finalizado el Mundial, para reconocer su derrota. Diría que su miedo era que “los taquitos” de madera de los rollos de papel lastimaran a algún jugador.

Lo digo yo/ lo dices tú/ tirar taquitos es una gran virtú”, le respondería en cantito una hinchada de Clementes —un adelanto de la famosa tribuna de la criatura de Caloi que llegaría a la televisión para el Mundial España 82— desde la tira diaria. Sin metáforas para “Murióz”, tras el cantito, en la tira se veía a un plantel de militares saltando a la cancha.

Los cantitos y las papelitos iban de la mano para Caloi, y eso también lo comprendió la gente. En el Monumental repleto de la final —el dibujante e historietista estuvo allí sentado— se escuchó bajar de la tribuna: “Murioz, Murioz, los papelitos los tiramos para vos”.

Esa exaltación de la expresión popular —que la Junta Militar buscó enmarcar dentro de sus parámetros represivos de “el silencio es salud”— eran la victoria de Clemente. En otra tira se encargaba de criticar a los “sociologizadores” del Mundial y apuntaba: “Y ahí andan… tratando de descubrir ocultos significados en los festejos cayejeros.Y el significado es claro: los festejos son el resultado de la alegría que produce el fulbo. ¿Qué otra cosa se puede festejar?”, le decía a la dictadura cívico-militar.  

“Era un tipo muy consciente, muy comprometido con lo que pensaba, con lo que sentía. Todo el mundo supo siempre quién era y dónde estaba parado políticamente. El Negro no hizo nada de eso ingenuamente, lo que sí pudo haber pasado es que cobrara una dimensión que él no podía sospechar. Creo que en algún momento se debe hacer asustado, pero la misma visibilidad de Clemente lo protegió”, describe María Verónica.

Clemente, que le había pedido a “Masotti” que lo sume al plantel mundialista aunque sea como mascota, ya se había convertido en la mascota popular de la resistencia cultural frente a la dictadura cívico-militar. El “¡tiren papelitos, muchachos!” volvía a aparecer en el autotrol, ahora en el Monumental. Kempes hacía el gol del 2 a 1. Iban 14 minutos del primer tiempo suplementario, se encaminaba la victoria. Los papelitos en el césped.

Cuando llegó el silbatazo final, la Argentina se coronaba con un 3 a 1. Los parlantes oficiales del estadio lanzaban frases como “la unión de los argentinos” y otra propaganda militar para esconder la represión, la censura y la muerte, pero la gente entonaba cantitos y tiraba papelitos, que contarían otra historia.

En la página oficial de la FIFA, 40 años después, un artículo titula: “Argentina se corona bajo una lluvia de confeti”.